En varias ocasiones he señalado que nos es buena práctica mantener el sistema
contributivo en continuo estado de cambio, haciéndole enmiendas periódicas y a
veces significativas a lo existente cuando no cambios drásticos y abarcadores
como el que se propone ahora.
La política contributiva no puede ser un instrumento de corto plazo porque su
variación continua impide que las empresas y las personas tomen decisiones de
gasto, inversión y ahorro sobre bases firmes, claramente identificadas, e
introduce un factor de riesgo e incertidumbre que desalianta la inversión
externa y perjudica la imagen institucional del país.
Ahora mismo está planteada una reforma contributiva basada en el concepto del
IVA (Impuesto sobre el Valor Añadido) y ya el partido principal de oposición, el
único que tiene posibilidades reales de derrotar al incumbente, señala de manera
extraoficial que derogará la nueva ley contributiva si adviene al poder en
2017.
El IVA ha demostrado su utilidad y eficacia en gran parte de los países del
mundo y existe una amplia gama de experiencias de diseño e implantación a escala
global que podrían servir de modelo para Puerto Rico. Sin duda se puede
argumentar que el momento para implantarlo en Puerto Rico no es mejor ni el más
óptimo porque se hace con prisa, con miras a resolver problemas a corto plazo,
como la insuficiencia de los recaudos del Fondo General, la masividad del
déficit presupuestario, la crítica situación de las principales corporaciones
públicas y la pobre liquidez del BGF, y requiere grandes esfuerzos de educación
de la ciudadanía y de la comunidad de negocios para entender el sentido y
alcance del cambio propuesto.
Se trata de una verdadera revolución contributiva que reorienta
significativamente los pesos relativos de la carga contribitutiva al aliviar en
forma robusta a las empresas y los individuos del pago de contribuciones sobre
ganancias e ingresos desplazarla en mayor proporcióm al consumo de bienes y
servicios, bajo el principio de que el que más paga es que más consume. Lo ideal
hubiera sido disponer de un periodo de ajuste y educación que indujera una
absorción orgánica, ordenada y racional del cambio, pero al urgencia de resolver
los problemas estructurales del Gobierno y de la economía ha dictado un
calendario de inmplantación intempestivo.
La ola de oposición al cambio contributivo propuesto es la más grande, más
intensa y mejor organizada que jamás se ha visto en Puerto Rico. Nunca en
nuestra historia una acción de política económica había generado tal cúmulo de
protestas ni alterado en forma tan radical el clima de discusión de asuntos
públicos en el país. El IVA ha pasado a ser una obsesión nacional, que le da
alimento substancial no sólo a la oposición política sino a todos los medios
noticiosos, que reclamaban tener la capacidad de poder explicar en forma simple,
“en arroz y habichuelas ” un asunto que los propios profesionales
especializados–economistas, analistas financieros, contadores públicos
autorizados–admiten que no entienden a cabalidad. Me refiero por supuesto al
modo de implantación, a las formas de corregir la regresividad, a los
imponderables de lo que quedará exento y otras intrigas que flotan en el aire
sin respuestas claras y convincentes.
A estas alturas a cualquier observador objetivo, imparcial, se hace difícil
predecir cuál será en balance neto entre la obstinación de la Administración
García Padilla de impulsar la reforma contributivo con el mínimo de cambios, las
aportaciones y modificaciones que puedan introducir la Cámara de Representantes
y el Senado, las ideas que surjan de las vistas públicas y la intensa militancia
de gran parte de la sociedad civil contra el IVA.
Como diría Joseph A. Schumpeter, el gran economista austriaco, hemos entrado
en un mar sin cartas de navegación.