Cuando se trata de identificar y predecir el futuro de los factores de riesgo
que predominan en la economía de Puerto Rico la mejor fuente de información son
las proyecciones a corto, mediano y largo plazo de la Junta de
Planificación.
Por lo general la atención se concentra en cuatro factores externos básicos:
la economía mundial, la economía de Estados Unidos, los precios del petróleo y
las transferencias a las personas.
Cambios súbitos a corto y mediano plazo y tendencias predecibles en
cualquiera de esos factores, generan sacudidas significativas en los niveles de
producción y empleo agregados en Puerto Rico y explican, en interacción con
variaciones en factores endógenos como la inversión en construcción y maquinaria
y equipo, las exportaciones y las variaciones en la política de ingresos y
gastos del Gobierno, buena parte de la variación que observamos en nuestra
trayectoria macroeconómica.
Ahora bien, desde fines del año natural 2012 se activa con intensidad cada
vez mayor un factor externo que había estado presente por décadas, pero ejercía
un impacto tenue, discreto, aunque que su importancia no había manera de
ignorarla: las evaluaciones de las casas acreditadoras tanto de
las obligaciones generales del Gobierno como de los bonos emitidos por las
corporaciones públicas y otras agencias públicas.
La función de responder a las exigencias ministeriales de las casas
acreditadoras pasa de súbito de un factor institucional al que había que
responder con disciplina y rigor ineludibles, con miras a cumplir con la debida
diligencia en las emisiones de deuda, a un condicionante externo crecientemente
estrangulante, a un proceso en el cual esas instituciones comenzaron a dictar en
forma implícita y a veces en forma de directrices fáciles de captar por el buen
entendedor la estrategias de gerencia macroeconómica en Puerto: reducción de la
deuda del Gobierno, balance del presupuesto, reducción de gastos, manejo de la
situación financiera de las corporaciones públicas, esgrimiendo en el aire, como
una espada candente, la amenaza de la degradación crediticia.
En las primera fases del proceso tanto la Administración Fortuño como la
entrante Administración García Padilla respondieron a esa exigencia externa con
disciplina y resignación, en la medida en que no se podía ocultar que los
señalamientos de las casas acreditadotas tenían una base objetiva, que era
irrefutable la gravedad de los problemas fiscales del Gobierno y que era
necesario tomar medidas de gran alcance, francamente, radicales para conjurar la
situación y eludir el riesgo de la degradación crediticia.
El plan de ajuste de inicio a principios de 2009 y que dura hasta nuestros
días, y cuya fases más álgidas fueron los despidos en masa en 2009 y los
recientes ajustes de los planes de pensión de los empleados del Gobierno
Central, se ejecutó con rigor implacable, y con costos políticos para el
incumbente que se hicieron patentes en noviembre de 2012 y que auguran patrones
semejantes en las elecciones generales venideras.
Lo terrible del caso es que, a pesar de tantos sacrificios, de tantas cargas
impuestas sobre los hombros del pueblo, la economía no ha mostrado signos
significativos de recuperación. Antes bien, se halla en la actualidad en una
especie de letargo, los esfuerzos por cuadrar el presupuesto del año fiscal
entrante chocan con la debilidad de los recaudos y los problemas económicos y
financieros de las corporaciones públicas, especialmente de la AEE y la AAA
siguen de mal en peor.
Ante esta situación, el activismo de las casas acreditadoras ha adquirido una
inaudita virulencia, especialmente luego de que se firmara hace unos días la ley
de reestructuración de las corporaciones públicas. Han llovido las
degradaciones, se han observado claros intentos de intimidación a un banco que
cumplió con la responsabilidad de extender créditos al Gobierno en un momento de
grave dificultad. La teoría implícita, un caso claro de especulación más allá de
las funciones de evaluación del crédito, es que, independiente del futuro que
corra la nueva ley (cuya constitucionalidad está siendo desafiada en las cortes)
los riesgos crediticios serán compartidos por el Gobierno Central o por Banco
Gubernamental de Fomento.
Es preocupante el hecho de que la intervención de la casas acreditadoras
marcha de lo general a la particular, de la macro a la microgerencia, que
incluye hasta sugerencias y orientaciones sobre el modo particular en que deben
bregar las corporaciones públicas con sus finanzas y la legislación que discuten
y aprueban los cuerpos legislativos.
A todas luces, semejante grado de injerencia en los asuntos públicos del país
es algo nunca visto y se convierte de por sí en un factor de riesgo más
amenazante que los que ya hemos identificado que procede de otras factores
externos.
Más sencillamente se trata de un círculo vicioso del cual se nos hace
imposible salir: como las cosas andan mal, no degradan; y como nos degradan, las
cosas se ponen peor y conducen a más degradaciones.
No hay que forzar mucho la imaginación para pronosticar los efectos negativos
que este factor externo, que interactúan intensamente con factores endógenos
macro y microeconómicos, pueda tener en Puerto Rico: agrava y extiende la
recesión, degrada la confianza de los inversionistas, genera oleadas de pánico
en los mercados que llevan a la reducción del valor de los bonos locales,
aumenta las primas de riesgo que exigen los pocos inversionistas que puedan
afluir a nuestro suelo, expone a las personas y negocios que acuden en búsqueda
de dinero para gastos de consumo, operación e inversión, a costos de
financiamiento más altos y perjudica los intereses de personas e instituciones
que tienen deuda de Puerto Rico en sus carteras.
Ante todo, la degradación, en todas sus manifestaciones, limita severamente
las posibilidades de regreso del Gobierno y de las corporaciones al mercado en
búsqueda de fondos para la inversión en proyectos de infraestructura, que tan
necesarios para elevar las posibilidades de recuperación de la economía. Aún
cuando se logre ese acceso, será a tasas de interés confiscantes y con sobrantes
que reducirán grandemente el efecto multiplicador de las inversiones
logradas.
En este contexto, no debe extrañar a nadie que el Gobierno de Puerto Rico
esté contemplando la posibilidad de demandar a las casas acreditadoras por que
no han tomado en cuenta sus acciones y determinaciones y no han dado tiempo ni
espacio para que tantas y tan variadas decisiones de política económica maduren
y logren los objetivos trazados