La fabulosa tragedia financiera en Grecia
Por Alfredo González Martínez
Grecia, cuna de la civilización
y la fábula occidental, manifiesta actualmente un grave deterioro en los balancines de su sistema financiero. Sus fallas,
sólo visibles en círculos oficiales hasta a hace poco, son actualmente sentidas por el ciudadano común, quien reacciona con
paros laborales y manifestaciones callejeras en protesta por el empeoramiento de su condición y la preocupante incertidumbre
económica.
La confluencia del creciente
déficit gubernamental, la pesada carga de su deuda pública sobre la producción nacional y
la corriente crisis financiera mundial amenazan con la insolvencia en el tesoro griego para atender sus pagos y compromisos
más inmediatos. Esta crisis financiera también implica una grave inestabilidad para la economía de la Unión Europea y, en
especial, para la zona monetaria del euro.
El nuevo milenio nos revela
a Grecia en una ruta de expansión impulsada por los beneficios de su temprana integración económica concretado con su membresía
en 1981 en la Comunidad Europea, en la Unión Europea en 1992, y culminados con
su incorporación a la zona del euro en 2001. El nuevo impulso se lo brinda la expansión del turismo, la masiva construcción
de infraestructura, y la nueva industria suplidora de mercados en Alemania, Italia, Inglaterra y otros miembros de la Unión.
Sin embargo, la trayectoria de crecimiento
económica se ha tornado más inestable a partir del 2001.
La crisis griega ha resultado de la conjunción de tendencias
económicas que se fraguaron discretamente desde hace más de una década. De acuerdo con un reciente análisis de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo el déficit gubernamental en Grecia responde a un desbalance
entre una tendencia decreciente de fuentes de rentas públicas y una falta de control sobre el gasto público. La baja en los
ingresos ha resultado de un pérdida de productividad de las industrias y su creciente insuficiencia para generar empleos debido
a las rigideces del sistema productivo que han colocado al país en una fatal desventaja
competitiva mundial. Añádase, las fallas institucionales relacionadas con una deficiente administración de la recaudación
impositiva responsables de un alto nivel de evasión.
El alza en los gastos públicos está
asociada a la ineficacia del proceso presupuestario; la falta de modernización y la intransparencia del sistema de contabilidad
pública; los despilfarros electorales; la irracionalidad del patrón salarial público que provoca el descontrol de la nómina gubernamental; los injustificados subsidios a las corporaciones públicas; y
al programa de jubilación de empleados estatales al cumplir 58 años de edad, cuyas pensiones constituyen el 96 por ciento
del ingreso devengado básico.
El déficit gubernamental ha alarmado recientemente
a las autoridades monetarias europeas, en particular Alemania, y los líderes de la banca de inversión internacional. Sorpresivamente,
la razón entre el déficit gubernamental y el producto interno bruto saltó de 2.3 por ciento en 2008 a 12.7 por ciento en 2009.
Esta última cifra más que cuadriplica la norma estatuida para los estados miembros en el Tratado
de Maastrich, fundamento de la Unión Europea.
El salto resultó al revelarse las correcciones
que el gobierno del nuevo primer ministro Yorgos Papandreous realizó a fines del 2009 para contabilizar correctamente como
deudas, unas transacciones que el gobierno anterior había disfrazado como ventas a inversionistas extranjeros de unos derechos
a rentas públicas futuras. Éstas tomaron forma de instrumentos financieros especulativos, conocidos como “derivados”,
negociados en contubernio con oficiales de los bancos americanos, en particular, con Goldman Sachs. Las transacciones las
denominaba con nombres mitológicos, como la descrita anteriormente nombrada: Eolo. Así se esclareció el acertijo sin depender
de oráculo de Delfos.
Los persistentes déficits estatales griegos resultaron
en una gradual acumulación de deuda pública, cuyo valor absoluto y relativo a su producción ha provocado en los mercados de
crédito, una percepción de mayores riesgos y consiguientes aumentos en las tasas de interés y en primas para asegurar nuevas
emisiones de deuda.
El síndrome fiscal interno ha impactado los mercados
financieros internacionales. Los bonos y otras obligaciones que componen la actual deuda pública de Grecia están en un 80
por ciento en manos de inversionistas extranjeros, principalmente franceses y alemanes y se comercializan en los mercados
internacionales. A fines del 2009, su monto de casi de $400 millardos (miles de millones) representó como el 115 por ciento
del producto interno bruto anual de Grecia. Respaldados por estos valores griegos, se emiten otros instrumentos crediticios,
algunos justificados como defensa al riesgo de insolvencia (hedging). Notables
también son los llamados “credit-default swaps”, títulos financieros basados en seguros de la deuda pública griega.
Con éstos se forma un mercado entorno a un índice de la probabilidad de insolvencia del gobierno griego (u otro gobierno) para pagar sus deudas.
La tragedia financiera griega ha contribuido a
la desvalorización del euro, moneda única de
diez y seis países de los 27 que integran la Unión Europea. Desde fines de noviembre de 2009, en que se divulgó la
crisis en Grecia, la cotización del euro frente al dólar ha depreciado 11 por ciento en el mercado internacional de divisas.
El caos financiero se agrava más cada hora.
Crece la probabilidad de una moratoria en el pago de la deuda del gobierno en
Atenas. Las agencias evaluadoras mantienen, sobre sus obligaciones, una vigilancia amenazante, luego de haberle reducido su
clasificación. El liderato de la Unión Europea está indeciso sobre la forma de implantar una prometida ayuda, que reglamentaria
no puede ser colectiva, sino por gestiones individuales de sus miembros.
Al cierre de esta edición, se anunció el acuerdo de
algunos países de la zona del euro para prestar, por un año, $40.5 millardos, a una tasa de interés de 5 por ciento para confirmar su determinación a solidarizarse con Grecia.
La mítica tragedia
financiera griega culmina repercutiendo en la realidad de sus ciudadanos al provocar los paros y brotes de protestas ante
el temor de su desenlace.
Como en una de
las fábulas griegas de Esopo, concluimos recordando su moraleja milenaria, posiblemente olvidada por los griegos:
“No debemos creer a todos los que nos aconsejan,
pues muchos nos sugerirán lo que les convenga a ellos y no a nosotros.”