La
revolución de la clase media
Por
FRANCIS
FUKUYAMA
El 22 de junio, los
manifestantes salen a las calles de las grandes ciudades de Brasil para
quejarse de la corrupción y los escasos servicios públicos.
Durante los últimos diez años, Turquía
y Brasil fueron ampliamente celebrados como países con desempeños económicos
estelares; mercados emergentes con una creciente influencia en el escenario
internacional. Sin embargo, en los últimos tres meses, ambos países se han
visto paralizados por enormes protestas que expresan un profundo descontento
con el desempeño de sus gobiernos. ¿Qué es lo que está pasando y habrá más
países que experimenten convulsiones similares?
El tema que conecta estos episodios
recientes en Turquía y Brasil, así como con la Primavera Árabe de 2011 y las
continuas protestas en China, es el ascenso de una nueva clase media global.
Dondequiera que ha surgido, esta clase media moderna causa agitación política,
pero rara vez ha podido, por sí misma, provocar un cambio político duradero.
Nada de lo que hemos visto últimamente en las calles de Estambul o Rio de
Janeiro sugiere que estos casos vayan a ser una excepción.
En Turquía y Brasil, así como en Túnez y Egipto antes,
las protestas políticas no fueron lideradas por los pobres, sino por los
jóvenes con niveles de educación e ingresos mayores al promedio. Dominan la
tecnología y usan medios sociales como Facebook y Twitter
para difundir información y organizar protestas. Incluso aquellos que viven en
países con sistemas democráticos funcionales, no se sienten representados por
la élite política gobernante.
En Turquía, se manifiestan en contra de
las políticas de desarrollo a cualquier costo y el estilo autoritario del
primer ministro Recep Tayyip Erdoğan. En Brasil, se oponen a una élite política
muy afianzada y corrupta que se jacta de proyectos glamorosos como el Mundial
de Fútbol y los Juegos Olímpicos de Rio pero que no es capaz de brindar
servicios básicos de salud y educación. Para ellos, no basta con que la
presidenta, Dilma Rousseff, haya sido una activista de izquierda encarcelada
por los militares en los años 70 y líder del Partido de los Trabajadores. Desde
su punto de vista, el partido se ha visto arrastrado a la maraña del
"sistema" corrupto, tal como quedó en evidencia con el reciente
escándalo de compra de votos.
El mundo de los negocios habla del
ascenso de la "clase media global" desde hace al menos una década. Un
informe de Goldman Sachs de 2008
definió este grupo como aquellos con ingresos de entre US$6.000 y US$30.000 al
año y predijo que crecería hasta sumar 2.000 millones de personas para 2030.
Partiendo de una definición más amplia de clase media, un informe del Instituto
de la Unión Europea para Estudios de Seguridad de 2012 pronosticó que la
cantidad de personas en esa categoría crecería de 1.800 millones en 2009 a
3.200 millones en 2020 y a 4.900 millones en 2030 (sobre una población mundial
proyectada de 8.300 millones). La mayor parte de este crecimiento se verá en
Asia, especialmente en China e India. Pero todas las regiones del mundo
participarán en la tendencia, incluida África, que según el Banco de Desarrollo
de África ya tiene una clase media de más de 300 millones de personas.
A las empresas se les hace la boca agua
ante la promesa de esta clase media emergente porque representa una amplia base
de consumidores nuevos. Economistas y analistas tienden a definir el estatus de
clase media sólo en términos monetarios. Pero se define mejor por la educación,
la ocupación y la propiedad de activos, que son mucho más consecuentes a la
hora de predecir el comportamiento político. Varios estudios transnacionales,
incluyendo recientes encuestas del centro de estudios Pew y datos de la
Universidad de Michigan, muestran que los niveles de educación más altos se
correlacionan con que las personas adjudiquen mayor importancia a conceptos
como la democracia, la libertad individual y la tolerancia a formas de vida
alternativas. La clase media ya no quiere solo tener seguridad sino también
opciones y oportunidades. Es más probable que opten por la acción si la
sociedad no logra cumplir con sus expectativas de mejoras económicas y
sociales, que crecen con rapidez.
Divisiones internas
Mientras las protestas, los levantamientos
y, ocasionalmente, las revoluciones suelen ser encabezadas por los miembros
recién llegados de la clase media, no suelen lograr por sí solos cambios
políticos a largo plazo. Esto se debe a que la clase media rara vez representa
más que una minoría de la sociedad en los países en desarrollo y está dividida
internamente. Si no pueden formar una coalición con otras partes de la
sociedad, sus movimientos no suelen producir cambios políticos duraderos.
Por eso, los jóvenes manifestantes en
Túnez y en la Plaza Tahrir, en El Cairo, a pesar de haber derrocado a sus
respectivos dictadores, no lograron organizarse para formar partidos políticos
capaces de participar en las elecciones nacionales. Especialmente los
estudiantes no tienen ni idea de cómo llevar su mensaje a la clase trabajadora
y los pobres para crear una amplia coalición política.
En Turquía, el primer ministro Erdoğan
sigue siendo popular fuera de las zonas urbanas. La clase media turca, en
cambio, está dividida. El notable crecimiento económico del país en la última
década ha sido impulsado en gran parte por una nueva clase media religiosa y
muy emprendedora que ha apoyado con énfasis el partido de Erdoğan.
Este grupo social trabaja duro y ahorra
su dinero. Exhiben muchas de las virtudes que el sociólogo Max Weber asociaba
con la ética del Cristianismo Puritano de la era moderna de Europa, que según
él, fue la base para el desarrollo capitalista. En cambio, los manifestantes
urbanos en Turquía son más laicos y están conectados con los valores
modernistas de sus pares en Europa y Estados Unidos. Este grupo no sólo
enfrenta la represión de los instintos autoritarios del primer ministro, sino
también las dificultades para establecer lazos con otras clases sociales.
Brasil es diferente
La situación en Brasil es bastante
distinta. Allí los manifestantes no enfrentarán una dura represión del
gobierno. Más bien, el desafío será evitar ser cooptados a largo plazo por el
sistema. El estatus de clase media no significa que un individuo apoya automáticamente
la democracia o un gobierno transparente. De hecho, una gran parte de la clase
media de edad más avanzada era empleada por el sector público, donde dependía
de las políticas clientelistas y el control estatal de la economía. Estas
clases medias, así como las de países asiáticos como Tailandia y China, han
respaldado gobiernos autoritarios cuando parecía que era la mejor manera de
asegurar su futuro económico.
El reciente crecimiento económico de
Brasil produjo una clase media distinta y más emprendedora, afianzada en el
sector privado. Pero este grupo podría seguir su propio interés económico en
dos direcciones. Por un lado, podría ser la base de una coalición de clase
media que busca una reforma integral del sistema político brasileño, presionando
para que los políticos corruptos rindan cuentas y para que se cambien las
normas para dar lugar a mejores políticas. Por otro lado, los miembros de la
clase media urbana podrían disipar sus energías en distracciones como políticas
de identidad o ser cooptados individualmente por un sistema que ofrece grandes
recompensas a quienes aprenden a jugar dentro del sistema.
No hay garantías de que Brasil siga el
camino reformista tras las protestas. Mucho dependerá del liderazgo. Rousseff
dispone de una enorme oportunidad para usar las manifestaciones como una
plataforma para lanzar una reforma sistémica mucho más ambiciosa. Hasta ahora
ha sido muy cuidadosa en su intento de desafiar el sistema establecido, frenada
por las limitaciones de su propio partido y la coalición política.
El crecimiento económico global que se
ha producido desde los años 70 alteró los estratos sociales en todo el mundo.
Las clases medias en los llamados "mercados emergentes" son más
grandes, ricas, mejor educadas y están más conectadas tecnológicamente que
nunca.
Esto tiene grandes implicaciones para
China, cuya clase media ahora asciende a cientos de millones y constituye
quizás un tercio del total de su población. Quieren una sociedad más libre,
aunque no está claro que necesariamente deseen una democracia con voto
individual a corto plazo.
Este grupo se encontrará bajo una mayor
presión en la próxima década, a medida que China pasa apuros para pasar del
estatus de ingreso medio a alto. El crecimiento económico ya ha dado muestras
de debilitarse en los últimos dos años y es inevitable que sea más modesto
conforme madura su economía. La potencia industrial que el régimen ha creado
desde 1978 ya no servirá para satisfacer las aspiraciones de su población.
China ya produce unos seis a siete millones de graduados universitarios al año,
cuyas perspectivas laborales son más sombrías que las de sus padres de la clase
trabajadora. La brecha entre las expectativas que crecen con rapidez y la
realidad decepcionante nunca fue tan amenazante como ahora y podría tener
amplias consecuencias para la estabilidad del país.
Allí, como en otras partes del mundo en
desarrollo, el ascenso de una nueva clase media pone de manifiesto el fenómeno
descrito por el venezolano Moises Naím del Carnegie Endowment como el "fin
del poder". Las clases medias estuvieron en la primera línea de la
oposición a los abusos de poder, independientemente de que fueran cometidos por
regímenes autoritarios o democráticos. El desafío para ellos es convertir sus
movimientos de protesta en cambios políticos duraderos, expresados en la forma
de nuevas instituciones y políticas. En América Latina, Chile ha tenido un
excelente desempeño económico y democrático, pero en los últimos años hubo una
explosión de manifestaciones estudiantiles que señalaron las fallas de su
sistema de educación pública.
La nueva clase media no representa sólo
un reto para los regímenes autoritarios o las democracias nuevas. Ninguna
democracia establecida debería creer que se puede dormir en los laureles,
simplemente porque lleva a cabo elecciones y cuenta con líderes populares en
las encuestas. La clase media impulsada por la tecnología exigirá mucho de sus
políticos en todos lados.
EE.UU. y Europa atraviesan un
crecimiento débil y un desempleo alto, que en países como España alcanza el
50%. En el mundo desarrollado, la generación mayor le ha fallado a la más joven
al cargarla con pesadas deudas. Ningún político de EE.UU. o Europa debería
pensar que está a salvo de lo que está sucediendo en las calles de Estambul o São
Paulo.
—Fukuyama es investigador sénior del
Instituto de Estudios Internacionales Freeman Spogli, de la Universidad de
Stanford. También es autor de "Los orígenes del orden político: Desde
tiempos pre-humanos hasta la Revolución Francesa".