LOS GESTOS AMABLES DE ÁNGEL LUIS MÉNDEZ
Por Santos Negrón Díaz
Trabajo especial para el XXX Baquinoquio, Carolina, Puerto Rico
17 de septiembre de 2017
Hablo desde hoy
Porque soy también una ausencia
Porque yo también soy un recuerdo.
Poema Cuando se instala la muerte,
de Ángel Luis Méndez
Agradezco al buen amigo Omar Orrusti y a los demás organizadores y promotores de este XXXmo Baquinoquio la invitación
que me hacen para presentar unas breves reflexiones sobre la vida y la obra del poeta Ángel Luis Méndez, a quien se dedica
muy merecidamente esta significativa actividad anual.
Aprovecho la oportunidad para resaltar la tenacidad, el esfuerzo intenso y sostenido de esta celebración del espíritu
y la proyección humana del pintor y poeta Roberto Alberty, a quien yo llamo el apóstol de la libertad cultural y a quien todos
recordamos con cariño en este día.
Alberty fue el gran gestor de la amistad, la solidaridad y la alegría de vivir. La fuerza y el dinamismo que él nos transmitió
en vida fue tan formidable que hoy nos reunimos aquí con el mismo fervor y entusiasmo que lo hacíamos en el Viejo San Juan,
en el Viejo Río Piedras (así lo llamaba Alberty) y en diferentes espacios del Recinto de Río Piedras de la Universidad de
Puerto Rico para dialogar con él y escuchar sus peculiares opiniones e ideas sobre el arte, la filosofía, la poesía y la vida.
El poeta Ángel Luis Méndez fue un amigo cercano, colaborador frecuente y admirador a ultranza, al igual que todos nosotro
(a)s, de la vida, la obra y la personalidad intelectual y artística de Alberty.
Decir poeta en este caso es ya de por sí decir mucho, porque Ángel fue un poeta de profunda inspiración, fina sensibilidad
y acendrada conciencia social. Nos legó una obra vasta, variada y muy original, y realizó múltiples y valiosos esfuerzos para
fomentar el estudio y conocimiento de la literatura en general y del género poético en específico.
Pero la aportación cultural de nuestro homenajeado trascendió por mucho las fronteras de la poesía: fue organizador comunitario,
excelente y abnegado profesor universitario de gran alcance intelectual, investigador social, actor, periodista, puertorriqueño
de pura cepa y como dice Omar Orrustri en una dedicatoria que me hizo del libro En el Nido de la Gorda, publicado por Ángel
Luis Méndez en 2003, presentador vitalicio de esta actividad.
Sin duda, la trayectoria intelectual de Ángel Luis Méndez fue fascinante y excepcional: estudio Ciencias Políticas y
Sociología en el Recinto de Río Piedras a principios y mediados de los años 1960, época durante la cual tuve el privilegio
de conocerlo y dialogar con él sobre los temas sociales, humanísticos y literarios que ambos seguiríamos cultivando por siempre.
Por muchos años vivió en Nueva York, donde ejerció como organizador comunitario y profesor universitario. Allí participo
intensamente en el desarrollo del teatro latinoamericano con diversos grupos. En 1992, completó sus estudios doctorales en
Literatura Hispanoamericana y Brasileña en New York University, y desde 1994 en adelante se integró de lleno a la cátedra
en la Facultad de Estudios Generales del Recinto de Río Piedras, donde también fue senador claustral y Presidente de la Asociación
de Profesores Universitarios.
Su aportación social más reciente fue en el Proyecto de Historia Oral entre los viequenses de mayor edad en Puerto Rico,
Santa Cruz y el área triestatal de Estados Unidos conformada por los estados de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut.
Ángel publicó dos poemarios: Breviario de cotorras y jicoteas, en 1978, y Tecnicolor de la gallina blanca, en 1984. Su
último libro En el nido de la Gorda, publicado en 2003 es un especie de antología donde aparece algunos de sus poemas más
significativos, así como relatos, una breve pieza de teatro y un interesante testimonio.
Al leer y a veces releer los trabajos poéticos de Ángel, me percato de que, en los mismos, al igual que en otras dimensiones
de su obra literaria y de su gesta humana, hay una cualidad que yo percibí en él desde que nos conocimos como estudiantes
universitarios: la amabilidad, el gesto sano y autentico de una persona que ama al prójimo, se siente firmemente identificado
con sus circunstancias, ama a su país y tiene plena solidaridad con su amigos, colegas y estudiantes. La amabilidad como elemento
impulsor de una actividad conciencia intelectual, tanto literaria como científica, lo llevó extender sus redes de actividad
al estilo de los hombres del Renacimiento.
La poesía de Ángel fluye con gesto pausado, noble, con giros humorísticos y a veces irónicos o sarcásticos, que le hacen
saber al lector que detrás de esas palabras hay un hombre que vive y siente lo que dice, y tiene un alto sentido de compasión
y plena conciencia de las misterios y complejidades de la realidad humana.
Poemas como Nindirí, La lengua del amor, Testimonio de un poeta solemne, flaco y almidonado, El hombre que no faltaba
a su trabajo, Cuando se instala la muerte, La noche de la luz, para solo mencionar los que más llaman de atención entre tantas
acertadas creaciones del autor, alcanzan altos niveles de calidad técnica, fina estilización y profunda carga emocional. No
es extraño que ya figuren en importantes antologías de la poesía puertorriqueña y se hallan convertido en fuente de inspiración
para cohortes de lectores de todas las edades dentro y fuera de Puerto Rico.
Según me conmueven la poderosa vocación intelectual y el compromiso de trabajo científico y artístico de Ángel Luis Méndez,
me genera mucho respeto el alto valor que se le asignaba a su familia, expresado directamente en poemas que le dedicó a su
madre, a su esposa y a sus hijas, a sus amigos y a todos aquellos que le ofrecieron apoyo y ayuda en su carrera y le permitieron
superar barreras que parecían insalvables. De paso, en la dedicatoria de su libro En el nido de la Gorda le dedica unas hermosas
palabras a los que fueron sus abnegados lazarillos.
Honrar honra, dijo José Martí, gran poeta y apóstol de la independencia de Cuba. Al honrar hoy al poeta Ángel Luis Méndez,
digno émulo de los logros culturales del inolvidable Roberto Alberty, nos honramos a nosotros mismos y le damos un ejemplo
de altura a nuestro país que en medio de un terrible fragor económico y político, concentrado en un presentismo delirante,
a veces olvida o no reconoce a cabalidad las aportaciones de sus más grandes talentos.
Mi mejor recomendación a los estudioso(a)s de la poesía y de la actividad literaria en general en Puerto Rico, especialmente
a los que están en la fase de redactar tesis o tesinas es que hagan la exegesis de la obra de Ángel Luis Méndez y de otras
poetas que han hecho aportaciones valiosas a nuestra literatura nacional y que aún esperan que sus esfuerzos creativos sean
apoyados plenamente no solo por lectores asiduos y dedicados sino también por críticos responsables que valoren y analicen
sus aportaciones.
En el día de hoy se cumple la profecía de nuestro querido homenajeado: él es una ausencia, pero su espíritu y su obra,
su multiplicación de finos gestos de amabilidad y elegancia, son un recuerdo grato para lo(a)s que apreciamos su legado y
su amor a la patria puertorriqueña.
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