In memoriam: Robert Castel, el
sociólogo francés que defendió el trabajo como piedra angular de la integración
social
POR MARCIA RIVERA | 12 DE ABRIL DE 2013
“Quien ocupe un lugar, quien tenga una función en la división del
trabajo, participa de la sociedad y tiene garantizados derechos que lo
convierten en un ciudadano.”
-Robert Castel
(Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado,
Paidós, Buenos Aires, 1977 [reedición 1997].)
El
pasado 13 de marzo murió en las afueras de París el destacado sociólogo francés
Robert Castel, quien desde los años sesenta comenzó a estudiar las
transformaciones en el mundo del trabajo asalariado y el impacto que ello podía
llegar a tener para la integración social de las personas. Con una larga
trayectoria de investigaciones y reflexiones teóricas, Castel participó a lo
largo de su vida en importantes debates, no solo en Europa sino en el mundo
entero, sobre el lugar del trabajo en la conformación de una sociedad justa e
integrada. Cuestión fundamental en la era de la globalización, que ha incidido
en la disminución progresiva de generación de puestos de trabajo en muchos
países y en la era de la especulación financiera que ha puesto en peligro los
fondos de retiro de los trabajadores asalariados. Su muerte es una gran
pérdida, pues fue uno de los pocos sociólogos que, partiendo de los clásicos y
del análisis histórico, buscó comprender el presente y alentar transformaciones
que permitieran reforzar el sentido de dignidad de las personas, así como de
las redes de contención social y solidaridad. Sus trabajos nos ayudan a
comprender los peligros que suponen el auge del neoliberalismo, la especulación
financiera, las privatizaciones y el progresivo desmantelamiento del Estado,
tal como los estamos viviendo en buena parte del mundo hoy.
Vi
a Castel por última vez bajo una torrencial y helada lluvia, el 2 de setiembre
de 2010, cuando tuve el honor de presentar en Montevideo su último libro, Las
transformaciones del trabajo, de la producción social y de los riesgos en un
periodo de incertidumbre, publicado poco antes
en Buenos Aires por la editorial Siglo XXI, junto con el Instituto Di Tella y
la Cátedra UNESCO sobre Manifestaciones Actuales de la Cuestión Social. La
presentación era organizada por el Centro Latinoamericano de Economía Humana
(CLAEH) y realmente creí que el temporal habría de incidir significativamente
sobre la asistencia de público y que tendríamos que suspenderla. Cuál no sería
mi sorpresa al encontrarme ante una sala abarrotada, con centenares de personas
expectantes y entusiasmadas con la presencia del gran maestro de la sociología.
Durante casi tres horas tuvimos un extraordinario intercambio, que quisiera hoy
recordar, resumir y compartir, a manera de modesto homenaje.
Comencé mi presentación señalando que en
la búsqueda de comprender cabalmente la relación entre trabajo asalariado e
integración social, Castel había recorrido el camino de estudiar lo personal,
lo individual, hasta investigar lo social, lo colectivo. No es muy frecuente
que encontremos en la sociología la superación de lo que suele ser una incómoda
dicotomía. Él mismo alguna vez se identificó como freudo-marxista,
calificativo que considero adecuado para describirlo y para apreciar el
conjunto de su obra.
Los
escritos de Castel recorren temas diferentes pero asociados de diversas maneras
a la caracterización de la cuestión social. La mayoría centra su atención en el trabajo como el elemento
estructurante de la personalidad, la identidad, la sociabilidad y, en buena
medida, la vida misma de las personas. Para Castel el trabajador construye su
mirada, su seguridad, su independencia y su carácter ciudadano a partir del
trabajo. En su visión, las cuestiones sociales más importantes estarán
referidas al hecho de que una persona trabaje o no trabaje, o de que trabaje en
forma estable o inestable. El núcleo de la cuestión social para Castel gira,
pues, en torno al trabajo y las condiciones de éste. En aquellos países donde
la precarización del empleo es cada vez más evidente, este planteamiento es
fundamental. Si una persona no trabaja, o si generación tras generación en una
familia no trabajan, será sumamente difícil construir una sociedad cohesionada,
donde las personas intercambien a partir de experiencias propias de las y los
ciudadanos que comparten un espacio, un tiempo y determinados valores
culturales comunes.
Desde
esa perspectiva, Castel hizo un aporte formidable a la reflexión y al análisis
del impacto de los sistemas de protección social que nacieron de la mano del
trabajo asalariado organizado y de la construcción del Estado Benefactor o de
un Estado Nacional Social, como lo denominaba él. Y nos
advirtió sobre el peligro de perderlos, bien sea por políticas restrictivas del
gasto social o por mal manejo de los fondos de pensiones que los trabajadores
acumularon con su tesón y su esfuerzo a lo largo de muchos años. Ante ambas
situaciones debemos estar alertas, decía.
Los
estados benefactores que funcionaron plenamente hasta mediados de los años
setenta (como Francia, Gran Bretaña, Alemania, o los países escandinavos)
tienen algunas características comunes interesantes: i) tuvieron capacidad para
definir y controlar sus principales estrategias económicas; ii) pudieron
establecer mecanismos para controlar los salarios y los precios; iii)
practicaron una política económica “keynesiana”, que permitió mantener el
consumo masivo y sostener la demanda social; y iv) buscaron asociar el
desarrollo económico al desarrollo social, promoviendo políticas de tipo
integral que generan sinergias positivas. Entre éstas, las más destacadas son
los sistemas de protección colectiva obligatoria, que permitieron a la población de
estos países transitar sin mayores inseguridades o problemas económicos en
todas las etapas de la vida, desde el nacimiento a la muerte. Los estudios de
Castel muestran una valoración muy positiva de los sistemas de bienestar social,
no solo en cuanto a su impacto individual sino también colectivo. Perderlos
puede significar un retroceso en la evolución de la humanidad.
Si bien Castel reconocía que no todos los
individuos están igualmente posicionados en la sociedad salarial, en su
análisis destacó que el régimen de derechos del cual han estado dotados los
Estados benefactores, así como el sistema de protección social que estos
crearon, permiten un continuo de relaciones desde donde se manifiesta y ejerce
la solidaridad en el sentido de Durkheim. No se trata meramente de sociedades
donde la mayoría de la gente es asalariada, o de que los asalariados tengan
protección, sino que los Estados benefactores generalmente han sido sociedades
en las cuales las garantías y los derechos construidos a partir del trabajo
asalariado se aplicaron a prácticamente todos los miembros de esa sociedad,
incluidos los no asalariados. Ello permitió, en la lógica de argumentación de
Castel, construir sociedades más vivibles por todos y también más cohesionadas.
Fue desde el trabajo que se ganaron y se reforzaron derechos para toda la
sociedad.
La preocupación de Castel hacia el final
de su fecunda vida, fue con el desmantelamiento de ese orden, proceso que
lamentablemente se verifica hoy en muchos países. Los Estados nacionales han
perdido capacidad de gestión frente a procesos avasalladores de una
globalización económica fragmentada y desigual. Su andamiaje también ha sido
erosionado por un modelo económico neoliberal y por la mal llamada
flexibilización laboral, que no es otra cosa que la laceración de derechos
laborales previamente adquiridos por la clase trabajadora. Ello ha llevado a
pérdida de puestos de trabajo estables y decorosos, a la informalización de
miles de oficios, a la precarización del empleo y a la creciente inseguridad
económica de los asalariados de antaño y de las nuevas generaciones que aspiran
a entrar al mercado laboral. Un panorama preocupante, que quiebra y pulveriza
el soporte que significó el trabajo en la vida de las personas. El
proceso ha dado lugar a que un gran número de trabajadores y trabajadoras, en
todas partes, se hayan hecho vulnerables en múltiples sentidos y que la
cuestión social esté tomando nueva relevancia.
Conociendo Castel el camino de refundación
que han iniciado varios países de América Latina en las últimas décadas,
en su presentación y en la discusión que siguió el maestro sociólogo expresó su
satisfacción con los procesos que buscan integrar las políticas
económicas y sociales. Señaló la importancia de tener la generación de puestos
de trabajo decente como un objetivo central del desarrollo y de construir
buenas redes de protección social para todas las personas. Saludó con alegría
estas iniciativas esperanzadoras y reiteró la necesidad de que la población las
avale políticamente.
La discusión también abordó algunas
preocupaciones que yo planteé, relacionadas con la situación de las mujeres que
trabajan sin salarios en sus hogares, en las múltiples tareas del ámbito
doméstico. ¿Cómo estructuran ellas su personalidad, su inserción social? ¿Será
cierto que lo hacen a través de sus maridos, aunque de ellos dependa su
protección social? Argumenté que ese no parecía ser el caso; lo que nos obliga
a pensar en cuáles otros elementos pueden estar operando en la conformación de
la personalidad y de la interacción social. Sobre todo, hay que pensar en por
qué en casi todos los países de la región los movimientos sociales están
fuertemente marcados por la impronta de las mujeres, y no necesariamente de las
asalariadas. Los liderazgos comunitarios, redefinidos a partir de las
recurrentes crisis económicas, están cada vez más en manos de mujeres
campesinas, desempleadas, artesanas precarias, vendedoras informales. Demostrando
su gran capacidad de dialogar, coincidió en que este es un tema sobre el que
debemos seguir reflexionando, investigando y debatiendo, reconociendo también
que la construcción de redes informales de protección social puede tener que
ver con otros aspectos de la particular realidad de las mujeres.
Discutimos también sobre lo que pasa con
las personas que tienen otros tipos de “trabajo” pero que son producto de
actividades económicas ilegales. Por ejemplo, en el narcotráfico, en las
redes del comercio de órganos; en la compraventa de seguridad, la prostitución
y el lavado de dinero. Estas actividades son cada vez más frecuentes y definen
ya un imaginario social muy particular –los jóvenes en ellas no aspiran a vivir
más allá de los 30 años, pero quieren hacerlo a plenitud, acumulando el máximo
posible de poder social y de bienes materiales-. Yo insistí en
preguntarle sobre cómo nos explicamos la construcción de sus identidades y de
su sociabilidad. Estamos hablando de un proceso que en muchos países genera
ganancias que sobrepasan o equivalen a la producción nacional lícita. Y que
genera liderazgos y poderes que funcionan paralelos a los de los Estados,
muchas veces ejerciendo la labor filantrópica comunitaria que no ejerce el
empresariado nacional. ¿Qué lugar debe ocupar este tema en la discusión de
políticas económicas y sociales? ¿Qué correcciones debemos hacer al calcular
los coeficientes de Gini en países donde se ha instalado un enorme negocio de
ilícitos, y qué análisis nos merece las derramas comunitarias que muchos narcos
hacen y que con frecuencia superan lo que el Estado invierte en políticas
sociales a nivel local? ¿Cómo incorporar esta variable en el análisis de la
cuestión social hoy? Preguntas todas suscitadas por las propuestas analíticas
de Castel.
Un tercer tema de debate estuvo relacionado
con el proceso de individualización que Castel advierte en sindicatos, en
organizaciones políticas, iglesias, y en la mayoría de las instituciones
colectivas que antes albergaron a la población y que dieron sustancia a las
relaciones entre diversos. Argumentó, con razón, que se verifican hoy procesos
de fragmentación y que la inseguridad es vivida como una lucha individual. Sin
embargo, junto con algunas personas de la audiencia señalamos que, en
paralelo, también podemos encontrar evidencia de que la gente busca asociarse a
otros, más allá del ámbito del trabajo. Por ejemplo, el aumento de las sectas
fundamentalistas religiosas, evidente a lo largo y ancho del planeta, parecería
señalar que en medio de las múltiples crisis que vivimos y la inseguridad generalizada,
la gente ha encontrado un sentido en estas comunidades y cada día crece el
número de personas afiliadas o practicantes de diversas religiones. En ellas se
tejen intricados lazos de solidaridad, como otrora los hubo en gremios y
sindicatos. ¿Cómo analizamos esto desde la visión de que es el trabajo el
articulador de la persona y de la sociabilidad? Da para pensar…
Se
presentó también el argumento de que en las últimas décadas ha sido evidente el
surgimiento de nuevos movimientos contestatarios con base en el espacio local,
sobre todo la comunidad. Si bien en el devenir histórico la mayoría de las
luchas por derechos se dieron desde las instancias del trabajo, en gremios y
sindicatos, las luchas sociales actuales tienen un locusdiferente; no se articulan necesariamente alrededor del trabajo, sino
que se aglutinan desde otros lugares, con otras formas de interlocución, que
van desde la comunicación personal y presencial hasta la virtual,
principalmente a través de las nuevas redes sociales electrónicas. Coincidimos
en que ello también merece mayor análisis, ya que es muy probable que en las
nuevas luchas comunitarias encontremos la impronta de las batallas
gremiales y sindicales del pasado, pero con mucha innovación.
La sesión, en la cual también participaron
los académicos Luis Carrizo de la Unidad de Investigaciones y Políticas del
CLAEH y Guillermo Pérez Sosto de la Cátedra UNESCO del Instituto Di Tella de
Buenos Aires, fue una extraordinaria experiencia de debate fecundo, aprendizaje
colectivo y renovación de esperanzas para las luchas colectivas. Esperamos que
esta nota pueda servir de aguijón para retomar la lectura de los textos que el
Dr. Robert Castel nos legó y que volviendo a ellos podamos reflexionar sobre
las políticas públicas que hoy se toman. Lamentamos enormemente su partida y
echaremos de menos sus rigurosos aportes académicos, su bondad y su
solidaridad. Que descanse en la paz que se merece quien aportó tanto a asegurar
el bienestar de los demás.