Sobre
Baltasar Gracián
Fernando
Lolas Stepke : la ambigüedad del discurso moral
Ponencia
en la Academia Chilena de
la Lengua
Las palabras iniciales del Dr. Lolas antes de iniciar la notable
ponencia que reproducimos abajo fueron : "Honroso privilegio me concede la
Academia al permitirme presentar algunas reflexiones en el Día del Idioma,
aquel en el cual nosotros, hispanohablantes, recordamos que no solamente somos
una comunidad de origen y compartimos algo que no hemos creado sino también,
como se dice en alemán, una comunidad de destinos
(Schicksalsgemeinschaft)".
Exordio: Unir por la palabra el pasado y el futuro.
Impresiona en las lenguas
la diversidad dentro de la universal facultad del lenguaje. Diversidad de
grupos humanos, de geografías, de épocas. Diversidad que adopta a veces el
carácter del antagonismo, la conquista, la asimilación.
Un estudioso de las
influencias que unas lenguas ejercen sobre otras inicia su historia relatando
aquella entrevista preñada de significados y futuro que sostuvieron el
emperador azteca Moctezuma, en la cima de su poder, con el autodesignado
emisario del rey de España, Hernán Cortés, el 8 de noviembre de 1519. En ella,
el gobernante, en lengua náhuatl el tlaotani, el “hablador”, saluda al
visitante como a un superior. Cortés le habla de un poderoso rey allende los
mares que le exige vasallaje. Las traducciones las hacen la mujer que luego se
conocerá como la Malinche (Doña Marina) y fray Gerónimo de Aguilar, pasando del
náhuatl al maya yucateco y de éste al español(1).
Esta trascendental
entrevista indica, según Nicholas Ostler, un trágico malentendido que terminará
sangrientamente con la muerte del Moctezuma a manos de sus propios vasallos.
Esta diversidad, y el
predominio de unas lenguas sobre otras, no es el único apasionante misterio que
puede ocuparnos.
También está el cambio, la
diacronía de las lenguas, las modificaciones en las formas de ver, sentir y
pensar que acompañan a la evolución de las lenguas.
La lengua, decía, Nebrija,
acompaña al imperio.
Los imperios políticos
mueren, las lenguas sobreviven adaptándose, cambiando.
Son los imperios de la
palabra los que
realmente importan.
Y de ese imperio sabemos lo
que experimentamos ante la extrañeza de los giros y usos que acompañaron a los
hombres y mujeres de otras edades. Séame permitido ilustrar este cambio con
referencias a un escritor de los grandes de nuestra lengua, segundo sólo a
Cervantes, cuyas formas de pensar, de sentir y de escribir, bien que algo
ajenas, nos siguen interpelando como nos sigue interpelando el barroco, quizá
–como asegura Borges- la primera forma en que escriben todos los escritores
noveles.
Es verdad que
Gracián, que debe haber sabido de Cervantes, nunca le cita (2).
Solamente en dos lugares de su vasta obra hay referencias oblicuas, ambiguas,
elípticas al Quijote. Y no precisamente laudatoria la del realce de “El
Discreto” “Contra la hazañería” (“no todos los ridículos andantes salieron de
la Mancha, antes entraron en ella para su descrédito”), y algún aforismo del
Oráculo. Sin embargo, también ha ocultado otras fuentes de su obra, y no por
prurito de plagio sino por el arte renacentista de la imitación. Ya
examinaremos esto.
El lema de nuestra
academia, “Unir por la palabra”, debe entenderse también en un sentido
histórico. Nos unimos a aquellos artífices de la lengua, rescatamos su visión
del mundo, contemplamos lo que nos separa pero entendemos lo que nos une. Este
origen común es conocimiento esencial para ser realmente “original” y quienes
ignoran sus orígenes están condenados a repetir primeros esfuerzos sin cesar.
Y permitirán ustedes en
esta ocasión una breve referencia a mis gustos y aficiones.
Andrenio: el espectador que recuerda a Baltasar Gracián
Hace muchos años, en 1998,
el director de “El Mercurio” de entonces, Juan Pablo Illanes, me instó a
colaborar en una columna de la sección editorial que, con el título “Día a Día”
permitía emitir opiniones breves, comentar alguna publicación, desarrollar
alguna intuición y, en fin, hablar de las cosas que atrajeran la atención del
cronista. Como la columna debía ser firmada con seudónimo, escogí sin vacilar
el nombre “Andrenio”, que había usado antes en textos enviados a concursos
literarios de ensayo (especialmente los que obtuvieron premios municipales). El
nombre provenía, obviamente, del personaje de la obra “El Criticón”, en la cual
éste dialoga y viaja con su mentor, Critilo, un sabio que ha naufragado en la
isla de Santa Helena y que en breve tiempo enseña al inculto Andrenio los
rudimentos del buen pensar, del filosofar y del discurrir. Ese viaje alegórico
de Andrenio y Critilo, verdadera peregrinación por la vida humana, desde la
primavera de la niñez, el estío de la juventud, el otoño de la madurez hasta el
invierno de la vejez conjuga “lo hermoso de la Naturaleza, lo primoroso del
Arte y la útil Moralidad”.
En una de las tres
recopilaciones de mis columnas, publicadas como libro en los años 2005 y 2009 (3),
he contado la genealogía de ese argumento de la novela alegórica, que puede
parangonarse a “El filósofo autodidacta” de Abentofail (4) y tiene semejanzas con el “Candide”,
de Voltaire, o el “Robinson Crusoe”, de Defoe. Un hombre ilustrado que adopta a
alguien que lo es menos y la idea de un viaje pleno de metáforas y alegoría de
la vida son quizá los elementos más importantes de “El Criticón” en una primera
y superficial aproximación. Como peregrinaje, “El Criticón” puede asimilarse a
una forma de novela bizantina, como el “Persiles” de Cervantes, que conduce a
Roma con la diferencia de que se trata de dos varones y no de una pareja
hombre-mujer (5).
Yo ignoraba
entonces, y hasta mucho tiempo después, que el crítico y ensayista español
Eduardo Gómez de Baquero (1866-1929) había usado el seudónimo “Andrenio”. Debo
decir, en mi descargo, que no conocía su obra, pues en aquellos tiempos Google
no era tan comprehensivo como ahora. De hecho, un texto de Unamuno de 1920 está
dedicado “A Andrenio”, que no puede ser otro que él (6).
Gómez de Baquero fue ensayista y columnista de muchos diarios (como “La
Vanguardia” de Barcelona, hasta su muerte en 1929) y un artículo suyo de 1925
se refiere a la “discreción” en los hispanoamericanos, a quienes insta a
resistir las arremetidas “afrancesadoras” de aquel entonces y mantenerse fieles
a lo hispánico.
Lo que significa la obra de Gracián excedería con mucho mi versación y mi
propósito. Me propongo simplemente exponer algunas de las reflexiones que me
inspiró a lo largo de los años y que las suscita y resucita cada vez que vuelvo
a sus páginas memorables. Cada nueva lectura abre un renovado abanico de
posibilidades interpretativas y deja traslucir esa densidad semántica a que lo
obligaba la que era quizá la mayor aspiración estética de la literatura
barroca: la dificultad. Leer a Gracián descubre siempre insospechados ribetes,
connotaciones inéditas, propósitos ocultos. Esa aventura de leer que dice Pedro
Laín Entralgo, ese escuchar con los ojos a los muertos de que habla Quevedo, en
pocos escritores se ven más cumplidamente realizados que en Gracián. Su
conceptismo, de estilo compacto, insobornable en su densidad, permite lecturas
con timbres diversos, un completo registro de polifonías
expresivas que se amplifican cuando, como he hecho alguna vez, se lee en voz
alta alguno de sus aforismos o se escenifican esos diálogos bimembres entre
Andrenio y Critilo, preñados de contrastes, oposiciones, comparaciones, elipsis
y ambigüedades, con metáforas sobre metáforas, giros de bellísima composición y
deliberada oscuridad. Fueron estos atributos los que también fascinaron a uno
de sus más versados editores, Miguel Romera-Navarro, cuyas noticias biográficas
son de gran valor.
Ha sido muy
influyente el juicio de Borges: “Laberintos, retruécanos, emblemas, helada y
laboriosa nadería, fue para este jesuita la poesía, reducida por él a
estratagemas” (en “El Otro, el Mismo”, 1964). Aunque luego atenuará su juicio,
diciendo que Gracián es él mismo. (7)
Breve noticia biográfica
Antes de proseguir,
y sintetizar una de mis tesis, a saber, la moral de Gracián como artificio
artístico, diálogo intersubjetivo y condensación de ambivalencias, deseo
recordar algunos detalles biográficos. Nace en 1601 en Belmonte de Calatayud (8),
provincia de Zaragoza, y muere en Tarazona en diciembre de 1658. Uno de sus
biógrafos, Adolphe Coster, señala en su libro de 1913(9) que
la partida de bautismo del 8 de enero de 1601 indica el nombre “Galacián”, también
corriente en Aragón.
En mayo de 1619 ingresa al
noviciado jesuita de la provincia de Aragón, que se encontraba en Tarragona y
en 1621 profesa los primeros votos perpetuos. Estudia luego filosofía con el
padre Jaime Albert y en 1623 inicia sus estudios de teología, que concluirá en
1627. Ordenado sacerdote, regresa a Calatayud para enseñar Gramática y Letras
Humanas. Quizá la inspiración para componer “Arte de Ingenio” (1642), una
exposición de retórica y estilo de gran erudición y sorprendente vigencia,
venga de esos años lectivos. Esta obra será reeditada en 1648 como “Agudeza y
arte de ingenio”. En 1630, en Valencia, inicia su año de tercera probación,
segundo noviciado indicado por Ignacio de Loyola para los jesuitas antes de
emitir sus últimos votos. Al concluir se le destina a Lérida, en donde enseña
teología moral durante dos años y luego dicta clases de filosofía en la
universidad de Gandía hasta 1636.
Luego llega a Huesca, según
muchos de sus biógrafos (10),
“su patria literaria” pues en ella no
solamente publica “El Héroe”, ese compendio de 20 “primores” para el hombre de
mundo; también conoce a Vincencio Juan de Lastanosa, magnánimo e influyente
protector que no solamente brinda mecenazgo y apoyo sino, pienso, el
interlocutor inteligente que todo intelectual necesita para desarrollar esos
gérmenes de ideas que no siempre alcanzan la dignidad de lo escrito,
precisamente por falta de oído atento, respuesta acertada, comunidad de
intenciones e ideas. Lastanosa edita los libros primeros de Gracián, escribe
dedicatorias y sabrán los entendidos, quizá, discernir cuanto de lo que escribe
el padre Gracián no es en coautoría con Lastanosa.
Debería incluirse
en la lista de esas amistades ilustres de la vida y los libros, como la de
Montaigne con La-Boetie, que Ricardo Saenz Hayes ha retratado (11).En
el cenáculo en torno a Lastanosa (que Gracián inmortalizará luego en “El
criticón” elogiando la biblioteca, el “museo”, de Salastano) se encuentran el
canónigo Manuel de Salinas, traductor de Marcial, y Francisco Andrés de
Ustarroz, doctor en derecho y cronista de Aragón. Tendremos ocasión de advertir
que esta circunstancia biográfica tiene una decisiva influencia en la
configuración del ideario moral de Gracián.
Romera-Navarro, recogiendo
autorizadas opiniones, destaca la condición de orador sacro de Gracián. Ha de
haber sido muy escuchado, porque se dice que atraía multitudes. También es
probable que en sus sermones y prédicas haya usado un estilo diferente del que
emplea en sus obras escritas. Aunque estos textos, si los hubo, no se
conservan, es probable que “El Comulgatorio” (1655), la única obra de intención
pastoral que escribiera, quizá recoja algunas de las que fueron sus ideas en la
prédica. Su fama de predicador se ve empañada por el suceso anecdótico que
narran varios de sus biógrafos. En Valencia, temiendo pocos asistentes,
anticipa que leerá una carta venida del mismísimo Infierno. Ello le vale una
reprimenda y justificaría, en parte, la animosidad que se refleja contra los
valencianos en sus escritos. Ésta ha de haber tenido, no obstante, otros
motivos más propios del clásico regionalismo de los reinos de aquella época.
Aspectos de la obra de Baltasar Gracián
En la geografía espiritual
de Baltasar Gracián hay infinidad de paisajes (12).
Séame permitido seleccionar solamente
algunos avatares biográficos que creo inciden sobre el temple que imprime a sus
obras, sobre la tonalidad de sus voces y sobre ese sentimiento de negrura y
desconcertante franqueza con que mira el mundo y saca de ese mirar consecuencias.
Santos Alonso (13), en su
estudio sobre Gracián, resume
la postura de éste en una expresión de la Crisi V de “El Criticón”. Hablando de
las monstruosidades de la vida dice: “Entre todas, la más portentosa es el
estar el engaño en la entrada del mundo y el desengaño a la salida”. Cincuenta
y ocho años de continuos desengaños, de tensiones con la autoridad
eclesiástica, de sentimientos de sarcástica comprobación de los yerros de la
humana condición. Comprendió esta faceta de Gracián su ilustre traductor al
alemán, Arturo
Schopenhauer, quien tras un intenso y solitario trabajo afirmaba en 1832 que su
versión del “Oráculo Manual y Arte de la Prudencia” no era, como la de su
antecesor Müller, paráfrasis del texto original sino una reconstrucción precisa
y exacta en el espíritu, más allá de la diversidad fundamental de las lenguas.
El texto de Schopenhauer no solamente logra transmitir lo esencial de esos 300
aforismos sino, además, trabajando con “especial amor y cuidado” (mit
besonderer Liebe und Sorgfalt) consigue lo que raramente consiguen espíritus de
traducción menos dedicados: emular la atmósfera del texto. En su carta al
editor, en la que se describe a sí mismo como “Felix Treumund” (el feliz de la
boca fiel), compara el estilo del texto de Gracián con algunas cartas del
Wilheim Meister. Hay quienes aseveran, pese a todo, que Schopenhauer usa a
Gracián para su propia elaboración del pesimismo y que su traducción es
traducción “interesada” (14).
Lo propio cabría decir de Nietzsche.
En su comentario de
1942, Karl Vossler, reconoce la semejanza de los pesimismos de Gracián y de
Schopenhauer. Sin embargo, niega su identidad. Asegura que los pesimismos de
Gracián son transitorias desesperanzas en un hombre de fe que, en último
análisis, confía en lo trascendente y a quien su creencia permite revivir, como
un ave Fénix, tras los desengaños y los rigores de la existencia. No se
manifestaría aún en Gracián ese quietismo luego presente en el espíritu
español, de lo cual darían testimonio sus observaciones satíricas, sus
sarcasmos y su festiva alusión a los asuntos del imperio. En Schopenhauer, en
cambio, se estaría frente a un pesimismo metafísico, estructural, profundo e
irrenunciable, que destaca la sordidez del vivir y saca de ello consecuencias
necesarias y profundas (15).
Este breve comentario de Vossler, escrito en München en 1942, cuando se podía
dudar de que el mundo europeo fuera el mejor de los mundos posibles, permite
formular una simple tesis respecto de Gracián. Su obra señala la inevitable ambigüedad
del discurso moral, las ambivalencias y ambitendencias que pertenecen a la
naturaleza humana como aspectos o perspectivas, formas de vivir la vida.
Piénsese solamente en el “Oráculo manual y arte de la prudencia” (Huesca, 1647) (16).
Puede describírselo como una filosofía en fragmentos que emplea distintos
géneros literarios. Este “fragmentismo” del aforismo permite al autor decir lo
mismo de varias maneras en distintos lugares, no rehuir la contradicción, decir
verdades con sorna y desfachatez, pero al tiempo sonreír y aún reír con las
antinomias y contradicciones que presencia, anticipa, previene o advierte. La
moral tiene apariencia multiforme, y el arte de bien vivir es el arte de la
prudencia.
Queda en el
espíritu como el arte del oportunismo, del saber mejor parecer que ser, de
granjearse amistades por su posible apoyo, del hablar mesurado para
impresionar, del evitar el autobombo por lo ridículo. Consejos todos que bien
caben en manuales para “entrenar”, como se dice en algunos círculos, “dedicados
y eficientes administradores”. La moral como lectura y la lectura como moral no
son en Gracián admoniciones piadosas. Hay ascética, sí, esa ascética ignaciana
laicizante, que pide a lo divino sin esperar de lo humano y a lo humano sin
esperar de lo divino (Aforismo 251). En ese barroquismo doctrinal y
conceptuoso, el hombre prudente, como el ingenioso de la “Agudeza”, ha de
inventarse su vida. Puede imitar, sí, pero es la invención más que la imitación
lo que le permitirá sobrevivir en la jungla de las pasiones y las asechanzas de
la vida civil (civil, con la
connotación de entonces, de vulgar y hasta ruin). En “El Discreto” dirá Gracián
que el verdadero arte de vivir es el arte de elegir y que el mejor saber de
todos es el saberse uno mismo. De todos los saberes, la insistencia en las
ocasiones apropiadas y las circunstancias recuerdan la impronta del casuismo
jesuítico en la obra de Gracián (17).
El único texto suyo
que puede considerarse en rigor religioso, “El Comulgatorio” (el único, en
verdad, que firma con su verdadero nombre y su condición de sacerdote) es una
incitación a la vida piadosa. Pero los otros, desde el tratado de retórica que
es “Agudeza y arte de ingenio”(1642) hasta esos cuadros de virtudes o
“primores” que son “El Héroe”(1637), los “realces” de “El Discreto”(Huesca,
1646), “El Político Rey don Fernando”(1640) (18) y
otros muchos que hubiera podido escribir, son consejos para el gobierno exitoso
de la vida propia y para la conquista de poder, reputación y fama. Están
algunos en la línea de Maquiavelo o de Castiglione, pues enseñan al hombre de
mundo cómo ejercer influencia, conquistar poder, ser famoso o pasar por sutil (19).
La ambigüedad en el discurso moral
El lenguaje por
excelencia del conflicto moral es el lenguaje de la ambigüedad y de la
ambivalencia. No de otro modo deben abordarse los problemas de conciencia que
nadie mejor que los jesuitas podían entender al desarrollar el “casuismo” y la
filosofía práctica de las circunstancias, aquello de que se mofaba Blaise Pascal
en sus “Cartas provinciales”. Parece paradójica la tesis de que precisamente el
espíritu ignaciano de lucha por la milicia de Cristo, de crítica contemplación
de las vanidades del sí mismo y de la vida, de reconocimiento de lo que es
racional y razonable en los acomodos necesarios para sobrevivir fue lo que
condujo a las censuras que recibió Gracián de sus superiores. Recuérdese que
publicó el grueso de su obra bajo nombre diferente del propio, como “Lorenzo
Gracián” (20) o
como “García de Marlones” (éste como juego fonético de sus dos apellidos
Gracián y Morales), sin señalar su condición de sacerdote, y que por ello
recibió censura. Los eruditos pueden encontrar en su obra sarcásticas alusiones
al estado de la iglesia y del reino, que ya iniciaba su decadencia imperial. El
rey Felipe IV, al cual dedica Gracián “El Héroe”, no concita universal simpatía
en sus súbditos y a su Valido, el Conde-Duque de Olivares (21),
se atribuyen algunos errores políticos que conducirían a la guerra de secesión
catalna en 1640 y a la final separación de Portugal. Como dice el duque de
Maura en su biografía de “Carlos II el hechizado”, el último de los cinco
monarcas de la casa de Austria, era cierto que el sol nunca se ponía en los
dominios del rey de España; también lo era que “alumbraba, indiscreto, la
decadencia del reino”.
Lo que podría considerarse
un tema de estilo, en el plano superficial del lenguaje, refleja una decidida
conflagración de ideas en el plano profundo. Gracián nos recuerda que, como
suele decirse, nunca tienen las personas el talento suficiente para ser
profundamente malas o profundamente buenas, salvo los santos y los criminales
natos. Siempre existe una caleidoscópica presentación de virtudes y vicios que
exigen un perspectivismo moral, un “punto de vista”, en el decir de Ortega y
Gasset, que hace inalcanzable la realidad, ésa que en palabras de Bergson es la
suma de todas las perspectivas posibles. Así, el universo moral es un universo
de ambigüedades, contrastes, incoherencias, antinomias y discordancias. “La
sustancia y la circunstancia”, dirá Gracián en el realce 1 de El Discreto,
anticipando el “yo soy yo y mi circunstancia” orteguiano.
La grande y sustantiva aportación de “El Criticón” es, creo, haber puesto las
dos perspectivas mayores sobre el universo moral en condescendiente proximidad.
Andrenio y Critilo solamente tienen sentido cuando se refieren, como aspectos
de lo humano, uno al otro. Andrenio es el hombre natural (de allí la derivación
de su nombre, de la partícula andr), ingenuo, proclive a los pasajeros
entusiasmos que prometen los espejismos de la vida, espontáneo e inestable.
Critilo es la razón
mesurada que previene, predice, advierte, que no se deja engañar por los
oropeles del mundo. El cual, puesto a dialogar con Andrenio, siempre dirá
aquello que es destilado de la razón y que representa el esfuerzo civilizatorio
de la lengua y el pensamiento. No es casual que enseñe a Critilo no solamente a
mirar sino a ver, que es cosa diferente. Y que siempre indique la necesidad de
descubrir lo real bajo lo aparente. Quizá es Gracián quien habla a través de
Critilo, quizá es el Gracián que fundamenta su escepticismo ante la empresa
imperial y ante los esfuerzos humanos por la convivencia tolerante y
condescendiente. Su vida permitiría esperar que las experiencias de la guerra
de Cataluña, las postergaciones imaginables de que fue objeto por ser espíritu
de contradicción y análisis, se vertieran en la letra y el espíritu de esa
magistral alegoría de la vida humana, que combina –ya lo decíamos- el motivo
del sabio que tutela un discípulo y el motivo del viaje a través de la vida.
Así, por ejemplo, cuando ambos viandantes llegan al otoño de la Madurez,
ábresenles ojos en la espalda y en todo el cuerpo. Y es porque la madurez, si
algo tiene de característico, es que ostenta más pasado que futuro. Se ve más
lo que fue que lo que vendrá. Y cuando llegan finalmente al invierno que se
enseñorea del reino de Vejecia, Critilo no deja de advertir que allí se vive
“de honores” o “de horrores”. En realidad, el primitivo Andrenio es enviado,
por su imprevisión, a la puerta de los horrores, en tanto el razonable Critilo
entra por la otra. Ambos llegan frente a la soberana Vejecia casi al mismo
tiempo, por caminos diferentes.
Mucho de lo que
Gracián escribió podría tomarse por cínica e hipócrita re-presentación del gran
teatro del mundo, escrita para ilustración y edificación de las personas. El
contrapunto frecuente de la bimembre expresión de lo bueno y lo malo, del agua
y del vino, de la virtud y del vicio, dejan traslucir, sin embargo, que la
fenomenología de lo moral es en Gracián tan compleja como la vida que imita,
refleja u ordena. Las ambigüedades y el “fragmentismo”, el estilo sentencioso y
obscuro, todo eso es parte del universo moral, con sus contradicciones, sus
escotomas, sus parciales aprecios y desprecios. El “Oráculo Manual” puede
considerarse, efectivamente, un manual para sobrevivir en un mundo hostil,
reconociendo el pesimismo mas no rindiéndose a él(22).
Recordemos que “El
Criticón” se publicó en tres partes, la última de las cuales en Madrid en 1657,
un año antes de morir su autor. La aparición de la obra le ocasiona pública
reprensión, con ayuno a pan y agua, el cese de su cátedra de Escritura y el
salir “desterrado” de Zaragoza. No se me alcanza la profundidad de su decepción
ni creo mucho en los motivos de procedimiento que se indican para tan severas
sanciones. Quede dilucidar tales cosas a espíritus más ilustrados. Sin embargo,
pienso que un escritor como Gracián sabía, y podía anticipar, el efecto de sus
escritos. De que se retractó, y convincentemente, dice Romera-Navarro que lo
prueba el que en su última destinación, en Tarazona, no desempeñaba oficio
menor. De todas suertes, su irritación ha de haber sido grande, pues existen
cartas en las que incluso pide cambio de orden religiosa (aludida en algún
texto como “cambio de religión”, lo cual ciertamente no podía tener ese
sentido). Hay quienes sostienen que en la segunda parte, cuando habla del yermo
de Hipocrinda, los padres (o “padrastros”, como decía Gracián) lo entendieron
erróneamente como crítica a la Compañía de Jesús cuando es probable que se
refiriera a los jansenistas de Port-Royal. En todo caso, su queja fue que no
entendieron ni el “intento” ni el “asunto”, o tal vez sólo éste y no aquel.
Las enseñanzas y moralejas
Los textos de Gracián no
son de los que se escriben a vuela pluma ni muestran señal de improvisación que
pudiera sugerir arrebatos de pasiones momentáneas, deseo de producir escozor o
escándalo o tan siquiera una intención lúdica para quien escribe o una
intención “divertente” para el lector. Aunque la vida pública de Gracián es
asaz simple, en eso difiere de Lope y se parece a Calderón, es innegable que su
peripecia biográfica impregna su obra. “Agudeza y arte de ingenio” es fruto de
su docencia de gramática. Sus estudios –que cabe juzgar exhaustivos y
profundos- de la Biblia y la teología moral, además de la indudable influencia
de los clásicos griegos y latinos, hacen de su obra un venero de intuiciones,
de ideas y de riquísimos contrastes.
Sin duda alguna, la
síntesis de antinomias sobre perspectivas vitales que representan Andrenio y
Critilo en su deambular alegórico, hacen pensar en don Quijote y Sancho. Ambos,
bien que cambiando de perspectiva y de postura en el transcurso de la obra
inmortal, al punto que don Quijote se “sanchifica” y Sancho se “quijotiza” en
la segunda parte, toman la vida por el lado de las racionalidades y los
contrastes entre la visión culta y la visión vulgar. Su vida está llena de
interesante peripecia y vívida descripción de lo que ven, viven, experimentan,
sufren y gozan. Comen, beben, guerrean, hacen lo que hace la gente. Distinta la
atmósfera de “El Criticón”. No sé si en parte alguna se describa alguna cena
memorable, alguna descripción de circunstancias que no obedezca a un fin
didascálico o se salga del esquematismo bimembre de dos universos, más que
intelectuales, morales. En este sentido, Andrenio y Critilo se me antojan menos
personas que don Quijote y Sancho. Son personajes, máscaras, instrumentos de un
designio casi geométrico que no presenta sino re-presenta perspectivas. Hasta
los nombres de los personajes que se topan en los capítulos, que no vanamente
se llaman “crisis” y no capítulos, están pensados para transmitir mensaje. Falsirena,
cuyos falsos encantos (es falsa y es sirena) hacen exclamar al autor, “fue
Salomón el más sabio de los hombres y fue el hombre a quien más engañaron las
mujeres”. La nota misógina viene en seguida: el mayor mal del hombre es la
mujer mala. Otros nombres son de igual manera indicativos de textura moral o de
cualidades y defectos. La venta de Volusia (voluptuosidad) a la que “se entra
con gusto y se sale con gasto”. La búsqueda de Felisinda, el amor de Critilo,
que en parte explica el peregrinar, el deseo de conocer a Sofisbella, la
presencia de Artemia, señora de las artes y la sabiduría. Todo está en función
de una finalidad doctrinal, que al mostrar las incoherencias e inconsistencias
de la vida común de los seres humanos, hacen aún más patente la distancia entre
el ideal de la vida cristiana y las realidades del diario vivir.
El esquematismo llevaría a
pensar que todo es artificial. No hay peripecia exterior ni tampoco real
descripción de ambientes o personas, más descritos por sus nombres que por sus
actos. Pero eso no impide que notemos la realidad que hay tras esta densa
alegoría. Se trata de un realismo que linda con el expresionismo, usando los
personajes para ilustrar tesis o posturas filosóficas. También lo monstruoso y
lo inverosímil, que abundan en “El Criticón” son, como las fantasmagorías de
Goya o los textos de Valle-Inclán, parte de la realidad humana. Al deformarla
en el sentido de tendencias antagónicas se hace patente su efecto en las
visiones del mundo. Ese prosado himno a la magnificencia del universo que hace
el ingenuo y natural Andrenio puede contrastarse con la mesurada indiferencia
de Critilo, que admirando la obra del supremo Hacedor, no deja de hacer notar
ciertos inquietantes detalles. No todos malos, eso dese por seguro, pero al
menos sugeridores de conveniente moderación en el elogio. Es singular y digno
de apuntación que un crítico de la talla de Américo Castro diga que en la obra
de Gracián nunca la emoción es tema esencial, “ayuna de amores” la ve, y siente
que el campo humano, para el jesuita, es más embestible que cultivable. Y digo
que es extraño porque yo siento la obra impregnada de muy fuertes emociones o
estados emocionales, como el pesimismo mayor, sin tristeza pero con desencanto,
y que precisamente en el gesto de deformar la realidad llevándola a extremo
debiera reconocerse un movimiento (esto es, una e-moción), que no huye ni
rehúye sino se asienta en la realidad moral. Es quizá obvio que lo emotivo y lo
moral, si bien aspectos conexos y quizá inseparables de lo humano, precisan de
una expresión manifiesta para la correcta percepción. Pero aquí sospecho que la
densidad del estilo, la economía aglutinante de la expresión densifica el
afecto al punto de hacerlo difícilmente reconocible. Y al no ir descripción de
acciones cotidianas o de circunstancias escénicas que ilustren los afectos y
las emociones, queda la enseñanza moral y su nexo con la emotividad oculto tras
una construcción verbal que se rinde a la emoción solamente después de haberla
descompuesto con el intelecto.
No de otro modo hay que
considerar el trasfondo satírico, y hasta en ocasiones picaresco, del discurrir
de Critilo y Andrenio. El autor hace gestos afirmativos a Francisco de Quevedo
y Mateo Alemán, pero su tratamiento de los personajes no permite emparentarlos
con don Pablos y Guzmán. De hecho, la picaresca de Lazarillo y de estos autores
parece describir una suerte de laxitud moral, de indisciplina vital que permite
aprovechar las oportunidades a despecho de cualquier norma ética. En todo el
mensaje global de Criticón no creo exista desvalorización del esfuerzo
civilizatorio, aprovechamiento del prójimo o siquiera relajación moral. Casi
diría que el cuadro vital y biográfico de Criticón, con sus contrastes
programados en una geometricidad que parece negar las emociones, es más próxima
a un universo moral integral. Con sus infaltables incoherencias, con sus
particularismos irritantes, con la indecisión ante los desafíos vitales, en
fin, con la ambigüedad del discurso moral.
Creo que “El Criticón”, a diferencia
de los manuales de “savoir vivre” que Gracián publicó esquematizando al héroe,
al discreto, al político, al hombre de mundo, prudente y sabio, es un elogio
permanente a la diversidad de la condición humana, siempre distinta a sí misma,
siempre inacabada en su diseño. Y nos deja el mensaje existencialista de que
nada hay dado sino todo por hacer. La moral no es solamente adhesión a un
código de deberes. Tampoco una solicitación de buenos fines. Es un artificio,
palabra ésta que usa Gracián con frecuencia y adjetiva como artístico, una
construcción de las sociedades humanas. Probablemente con muchas facetas,
perspectivas y dimensiones. Pero sin duda con las dos centrales que representan
Critilo y Andrenio, la razón civilizada y civilizatoria por un lado-con su
forma propia de ver y sentir- y la razón natural, del impulso no ensimismado,
por la otra. Que son en realidad momentos también en la vida. Y a veces somos
más Critilo que Andrenio para caer de nuevo en el “andrenismo” del salvaje que
mira todo con pasmo, admiración y entusiasmo, ajeno a los dobleces de la gente
y lo engañoso del mundo.
Cuando escogí mi
seudónimo, y decidí ser “Andrenio”, lo que quería era justamente destacar ese
aspecto impulsivo y no juicioso del observador del diario vivir que, gracias a
que hay Critilos en el entorno, no desvaría ni se pierde. Más bien, en el
diálogo perenne que es la vida, apunta, ya a esto ya a aquello con la mirada
alerta y conciencia vigilante (eso es cultura, diría Machado) porque nunca las
cosas son enteramente lo que parecen y nunca lo que parece da cuenta total de
las cosas. La fascinación perpetua consiste en el fluir permanente de una a
otra variante del discurso moral, la que va de la vida a la razón o la que va
de la razón a la vida. Tengo para mí que el equilibrio reflexivo en ninguna
parte queda mejor reflejado que en la obra de Baltasar Gracián y especialmente
en “El Criticón”. Si en este breve apunte no le hemos podido hacer justicia,
quede como incitación a su renovada lectura (23).
Actualidad de Gracián. Etica en more geometrico y en more lingüistico.
Siento que mi lectura y
recuerdo de Baltasar Gracián no terminarán nunca. Solamente, como ahora, se
interrumpen para hacer un alto en el camino.
En muchas partes de
la obra se habla de la “moral filosofía”. En la primera parte de “El Criticón”,
cuando el sufrido Critilo empieza a leer y aprender (justo, dice, cuando ya no
hay nada que ver), no encuentra mayor consuelo que ella. Y luego, ya con
Andrenio, sobresale el valor de la moral filosofía como bálsamo de las
incomprensiones y contentamiento en la tribulación. Una enseñanza que me
gustaría destacar es que la vida, epitomizada en Critilo y Andrenio, es
armonización de contrarios. Exige esfuerzos y la moral es el fruto maduro del
ejercicio consciente de la razón. Es virtud, pero virtud racional. El ingenio y
la prudencia son los fundamentos del buen vivir y ambos constituyen aquella
inefable ganancia civilizatoria que es el gusto. El gusto, noción más moral que
estética –sobre todo en su dimensión de “buen gusto”- fue destacada por Gadamer (24) cuando lo equipara a ese gran logro
de
la educación que es lo que en alemán se llama “Bildung”, la formación del
espíritu y del carácter, como distinta de la “Ausbildung”, la educación en un
saber u oficio específico. En el gusto graciano ve Gadamer, y nosotros con él,
la espiritualización de lo animal, la entrada al campo de lo ambiguo, de lo que
puede ser pero no siempre es, de lo posible y de lo probable, de las
inevitables antinomias y contradicciones de la civilización. Ese doble estándar
que Gracián pinta en el reino de Vejecia, donde una cara dice cosas buenas y la
otra muy mala, es la culminación del humano peregrinar. Que nunca se resolverá
porque es propio de la condición humana. Ni siquiera en Italia, o Roma, destino
y fin de tanta novela de peregrinaje (recuérdese el Persiles cervantino), se
eliminará para siempre la ambigüedad inherente a la moral y a la vida moral. (25)
Con respecto a la
moral de Gracián, Aranguren (26) distingue
tres niveles: el del mundo fáctico, utilitarista, que se manifiesta ante todo
en “El Héroe”, en “El Discreto” y especialmente en el “Oráculo Manual”; el
nivel ético-filosófico se encuentra desplegado en “El criticón”, sin duda la
obra de mayor envergadura reflexiva, plena de desencanto y crítica; finalmente,
hay un plano religioso que encuentra expresión en “El Comulgatorio” pero se
encuentra aludido en toda la obra del jesuita.
Una nota digna de mayor
análisis: la ocultación de fuentes ha de haber sido para Gracián pecadillo
menor. Por mucho que reconociera deudas, no las refleja en sus escritos. No
habla de Cervantes, no menciona a Zurita historiador, no menciona al Greco.
Quizá la distancia entre el ideal de la imitación, renacentista, y el ideal de
la invención, barroco, encuentre aquí expresión clara.
Podrán los eruditos
discrepar sobre el parentesco entre el Barroco y nuestra edad presente. Leerán
las muchas claves de las Crisis de Criticón en los más diversos registros y
continuarán disputando sobre el estilo y la contribución de Baltasar Gracián al
tesoro de la lengua. Pero en este breve análisis me interesa rescatar aquello
de la obra graciana que ha tenido, y tiene, directa relevancia para mis propios
afanes.
En tal sentido, la
bioética, como forma dialógica del quehacer deliberativo que hace de la
reflexión una guía para decisiones atinadas, debe mucho a lo que acertadamente
califica Cerezo Galán de “sabiduría conversable” y cuyos orígenes se encuentran
indudablemente en la obra de Gracián. (27) Ya
hemos señalado cuanto debe ella al sazonado diálogo en el círculo de Lastanosa
y cómo, en la estructura misma de su producción, la reflexión dialógica y la
intersubjetividad que armoniza contrarios alcanza decisiva importancia. Como
dice en la parte tercera de “El Criticón” (Crisi 12) “dulce conversación,
banquete del entendimiento, manjar del alma, desahogo del corazón, logro del
saber, vida de la amistad y empleo mayor del hombre”. Es en el lenguaje, pero
no en el soliloquio sino en el diálogo, que se configura lo humano por
antonomasia. La empresa más importante del hombre es ser persona y el mejor
saber es el saberse. Pero este saberse, este mirarse, solamente encuentra cabal
expresión en la relación de la amistad. En alguna parte Andrenio pide a Critilo
que le de su identidad, que no la encuentra solo en sí mismo sino en la
especular realidad del Otro.
No en vano, cuando Gadamer
cita a Gracián, lo hace en el contexto de la construcción social de las
interpretaciones relevantes y así la ética no se construye en el more
geometrico de Spinoza como derivación necesaria y universal de axiomas y
deberes sino en el more lingüistico, en esa retórica heurística que no
solamente refleja el universo moral sino sustantivamente le construye (ars
inveniendi veritatem). La realidad dialógica a que se refiere la moral como
artificio, en el sentido de arte, combina buen gusto, ingenio vivaz, sazonado
juicio, sin olvidar los buenos “repentes” que no son improvisaciones sino
expresión de la madurez del espíritu. Esto puede parecer artificioso pero está
en la mejor de las tradiciones constructivistas y nos recuerda el viejo
aforismo de la pedagogía de Herbart, “no hay un yo sin un nosotros”, que mi
maestro en Heidelberg desarrolló bajo la bella fórmula de “esencia y formas de
la bipersonalidad”, parafraseando al Scheler de la simpatía.(28)
Hay incontables
ejemplos en Criticón sobre lo inseparable de los peregrinos. Critilo trata de
salvar al casquivano Andrenio de muchos peligros, lo libera de la peligrosa
Falsirena, lo conduce amistosamente por la vida. Pero ambos son inseparables y
no se entiende uno sin el otro. Al punto tal que, aunque ingresan al reino de
Vejecia por puertas distintas (honores uno y horrores el otro) y se separan en
varios “bivios” (dos caminos), llegan ambos a ser admitidos en la Isla de la
Inmortalidad, lo cual refrenda y consolida el éxito de ambos, como unidad de
armonía de contrarios y resultado de esa moral ingeniosa que surge del diálogo,
de la compañía, del artificio social. No aquella moral emanada de deberes, fría
e impersonal, sino la que surge de la virtud de la prudencia, del ingenio que
se pega de uno a otro, del genio y de la discreción sazonada que a ambos
termina iluminando. La moral de Gracián es pues, como el arte, un juego
relacional y metafórico. Es el arte de vivir en sociedad civilizada. Éste
consiste, bien es sabido, en conjugar muchos valores, algunos antagónicos y
fuente permanente de conflicto. La verdad, por ejemplo, es valor distinto de la
veracidad. Y de veracidad, sabía Gracián, hay muchas formas, pues mentir no es
igual que disfrazar la verdad. En este sentido hay que ver la asociación entre
simular (lo que no es) y disimular (lo que es), claves de la habilidad social
que dependen de un manejo adecuado de la retórica, según sugiere Eremiev Toro
al analizar la obra de Torquato Accetto (“Tratado de la disimulación honesta”)
y relacionarla con el “Oráculo Manual”. (29) Podría
decirse que la disimulación pierde en este contexto su carácter negativo y se
convierte en salvaguarda de la interioridad y lo privado, tal vez una de las
conquistas del siglo XVII. La disimulación no es mentira o falsedad sino
equívoco, que permite administrar con cautela y prudencia lo que debe mostrarse
y lo que debe ocultarse. Es el significado de la sindéresis, o buen sentido, y
del ars bene vivendi.
La ambigüedad del
discurso moral, fusión de antinomias, síntesis prudente del saber vivir, no es
ni buena ni mala. Es, como lo demostró nuestro autor, consustancial a la vida
misma. (30)
Notas
(1)
Ostler, Nicholas. Empires of the Word. A language
history of the world. The Folio Society, Londres, 2010.
(2)
Peralta, C. “La ocultación de Cervantes en Baltasar Gracián”. En Gracián y su
Época. Actas de la I Reunión de Filólogos Aragoneses 1985. Institución Fernando
el Católico, Zaragoza, 1986.
(3) Comentados por José Luis Cea (Ver la
referencia) y por Darío Oses (Ver la
referencia) en Anales de la Universidad de Chile,
Sexta Serie, N°17, 2005
(4) Es
dudoso que el libro de Abentofail fuera conocido por Gracián, pues su
traducción latina data de 1671. Según la tesis de E. García Gómez, debe haber
un cuento previo que inspiró a ambos autores, Gracián y Abentofail. A
diferencia de los moriscos de otras regiones de España, los aragoneses
traducían al castellano parte de sus historias tradicionales.
(5) El
género de “El Criticón” es materia de debate. Alegorías enlazadas por laxo
argumento, según Correa Calderón, novela bizantina, o epopeya, como propone F.
Lázaro Carreter (“El género literario de El Criticón” en Baltasar Gracián y su
Época. Actas de la I Reunión de Filólogos Aragoneses. Institución Fernando el
Católico, Zaragoza, 1986). El parentesco con El Quijote parece a algunos
indudable.
(6)
Unamuno, M. de “Leyendo a Baltasar Gracián”. Nuevo Mundo, Madrid, 23 de julio
de 1920.
(7) En una
entrevista de 1983 afirma: “Creo que puedo explicarlo. No es un poema que se
burle de Baltasar Gracián. Es un poema que se burla de mí. Yo soy el Gracián de
ese poema. Por eso es que me considero indigno del cielo, puesto que tiendo a
pensar en formas literarias, adivinanzas, retruécanos, rimas, aliteraciones, y
ese poema es en realidad una autocaricatura. No pensé en el Baltasar Gracián
histórico; pensé en mí. Tal vez soy injusto, pero Gracián es un pretexto en el
poema, una especie de metáfora”.
(8) En honor a su hijo más ilustre, el pueblo se llama
desde 1985 “Belmonte de Gracián” y ostenta escudo con las letras “B C”. (Ver la
referencia)
(9) Este libro, y otros muchos de gran valor, han sido
editados por la Institución Fernando el Católico de Zaragoza, en cuyo sitio se
encuentra una sección completa dedicada a Gracián. Ella constituye, junto con
la biblioteca virtual Cervantes, una indispensable fuente de noticias. (Ver la
referencia)
(10) Especialmente valioso el trabajo de Miguel Batllori,
S.J. y Ceferino Peralta, S.J. “Baltasar Gracián en su vida y en sus obras”,
Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1969. Este libro dedica
comparativamente poco espacio al análisis de “El Criticón”. Es, sin embargo,
insuperable en su comentario de otras obras y en el detalle biográfico. (Ver la referencia)
(11) Ricardo Saenz
Hayes De la amistad en la vida y en los libros, Espsa-Calpe, Madrid, 1944
(12) Sobre la relación entre lo filosófico y lo narrativo,
véase Andersen, K: H La relación entre relato y discurso filosófico en la
literatura española: Baltasar Gracián y Miguel de Unamuno, dos modos de
filosofar.Memoria para optar al grado de doctor. Universidad Complutense de
Madrid, 2008. (Ver la referencia).
(13) En
la nota prologal a la edición de “El Criticón” publicada por Cátedra en 1980,
con su novena edición en 2009. Sea ésta indicación de la vigencia del texto.
(14) Es
interesante que Schopenhauer traduce “prudencia” por “Weltklugheit”, habilidad
o astucia mundana más que virtud nacida del desengaño y la experiencia
(15)
Sería infinitas las referencias a otros autores influidos por Gracián. Unamuno
(“Leyendo a Baltasar Gracián”, Nuevo Mundo, Madrid, 23 julio 1920) menciona la
influencia en Nietzsche, que Adolphe Coster cree descubrir. Este artículo tiene
la dedicatoria “A Andrenio” (Eduardo Gömez Baquero)
(16)
Con la traducción inglesa descubrieron muchos ejecutivos de Wall Street que se
trataba de un excelente manual para emprendedores que deseen triunfar y que
precisan excusas para sus escasos escrúpulos.
(17) A
ello alude sin duda el estudio que entonces se llamaba “lición de casos”.
(18)
“El Político don Fernando el Católico” es un espejo y encomio del príncipe, en
donde se destaca más la prudencia que la astucia. El panegírico no concuerda
con la opinión del padre Mariana, que reconociendo la importancia de lo
religioso, estimaba que Fernando no era un rey muy culto, comparado con su tío
Alfonso de Nápoles.
(19) Azorín, en su artículo “Gracián y la vulpeja”
(incluido como XVIII en “El político”, Madrid, 1908) señala la contradicción
entre el Gracián que critica acremente a Maquiavelo (“da razones, no de Estado
sino de establo”) y los consejos que prodiga (por ejemplo, “nunca por la
compasión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del afortunado”) (Ver la referencia)
(20) No
hay acuerdo si Lorenzo Gracián fue efectivamente un hermano menor o un
personaje de ficción. Es de señalar que en las publicaciones se autocalifica de
“infanzón”. Nadie en la familia podría haber tenido este carácter.
(21)
Marañón, G. El conde-duque de Olivares. Espasa-Calpe, Madrid, 1939.
(22) Cf. Muñoz-Millanes, J. “La presencia de Baltasar
Gracián en Walter Benjamin”, Ciberletras N°1, 1999. Benjamin, comparando a
Gracián con el pesimista Leopardi de los “Pensieri” rotula a éste de “inteligencia-espejo”.
De Gracián, dice que es una “inteligencia-espada”, combativa. Ver la
referencia
(23) No
hemos tocado el tema del ideario político de Gracián, pero es de justicia citar
el trabajo de Hugo Montes, Ideario político de Baltasar Gracián, Pontificia
Universidad Católica, Santiago de Chile, 1949. Es un trabajo más descriptivo
que analítico.
(24) Gadamer, H.G. Verdad y Método. Ediciones Sígueme,
Salamanca, 2003. (Ver o descargar
el libro en referencia)
(25) En
alguna ocasión se queja Gracián de que los padres de la Compañía (“padrastros”)
no entienden ni el intento ni el asunto de su escribir, y se quedan sólo con el
título.
(26)
Aranguren, J.L. “La moral de Gracián”. En Obras Completas, vol. 6, pp. 375-400,
Trotta, Madrid, 1997 (1ª ed. 1994).
(27) Cerezo Galán, P. “Sabiduría conversable”. Conceptos.
Revista de Investigación Graciana 3:11-31, 2006. (Ver o descargar
el artículo en referencia)
(28) Christian, P., Haas, R. Esencia y formas de la
bipersonalidad. Traducción, introducción y notas de Fernando Lolas. Acta
Bioethica, Monografía N°1, 2009. (Ver o descargar
el libro en referencia)
(29) Eremiev Toro, B. El par simulación disimulación y el
arte de saber vivir. Alpha (Osorno) N° 28, julio 2009, pp.169-180. (Ver o descargar el artículo en
referencia)
(30) Hasta Jacques Lacan, en su seminario XVII, alude a
Gracián en relación con el problema de la verdad, cuyo parto genera “hijo feo,
el odioso, el abominable” según se lee en “El Criticón”. (Ver o descargar
el artículo en referencia)
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