Poeta colombiano nacido en Santa Rosa de Osos en 1885.La vida del poeta
fue una continua peregrinación por diversos países de América. Vivió en Guatemala,
Honduras, Costa Rica, El Salvador, Cuba, Perú y México, colaborando en diversas publicaciones literarias y dejando en todas partes la profunda huella de su intensa personalidad artística. Su espíritu inquieto,
apasionado y nostálgico, se refleja en su vasta y compleja obra, cuyo esencia está dominada por la angustia existencial, el
afán de libertad y la sensualidad. Murió en México en 1942.
LA CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
"El hombre es cosa vana, variable y ondeante.....".
Montaigne
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar... Tal vez bajo
otro cielo la gloria nos sonría... La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, como en Abril el campo, que tiembla de pasión: bajo el
influjo próvido de espirituales lluvias, el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña oscura de oscuro pedernal: la noche nos
sorprende, con sus profusas lámparas, en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos... -¡niñez en el crepúsculo! ¡laguna de zafir!- que
un verso, un trino, un monte, un pájaro
que cruza, ¡y hasta las propias penas!, nos hacen sonreír...
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, que nos depara en vano su carne la mujer: tras de ceñir
un talle y acariciar un seno, la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días que somos tan lúgubres, tan lúgubres, como en las noches lúgubres el llanto del pinar. El alma gime
entonces bajo el dolor del mundo, y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.
Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día... en que levamos anclas para jamás volver; un día en
que discurren vientos ineluctables... ¡Un día en que ya nadie nos puede retener!
OTROS POEMAS
NUEVAS ESTANCIAS
El aire es tierno, lácteo, da dulzura. Miro en la luz vernal arder las rosas y
gozo de su efímera ventura... ¡Cuántas no se abrirán, aun más hermosas!
Estos que vi de niños, han trocado en
ardor sus anhelos inocentes, y se enlazan y ruedan por el prado... ¡Cuántos no se amarán, aun más ardientes!
La
tarde está muriendo, y el marino soplo rasga sus velos y sus tules, franjados por el ámbar ponentino... ¡Cuántas
no brillarán, aun más azules!
CINTIA DELEITOSA
Como
una flor arcana, llameando bajo el turquí del cielo apareció. Fue su amor mi almohada matutina; su seno azul, de
gota coralina en el pezón, de noche mi almohada.
Y era esencia tan dulce y regalada la de su carne en flor, la
de su boca por enjambres de besos habitada, la de su axila, ¡leche con canela!, que un ansia de gozarla me extenuó.
Cintia
concentra la onda de la vida. el campo es de Ella y grana para Ella. Mi sangre está en su carne consumida; su alma
radia con mi luz ardida, y ella está en mí porque yo estoy en Ella.
-Dame tu axila, ¡leche con canela! Dame tu
beso, dámelo, y la lengua fina y caliente y roja y ternezuela...
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! fatiga dulce, letal desvarío...
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! No más, amorcito
mío, que me muero...
NO TARDARÉ, NO LLORES
No tardaré. No llores. Yo
para ti he cogido del áspero romero azules flores; las aves en su nido; cristales en las grutas; las mariposas
en su vuelo incierto; y de los viejos árboles del huerto las sazonadas frutas. Y he aprendido las lánguidas querellas que
cantan al bajar de la montaña los grupos de doncellas; y la conseja extraña que, mientras silba ronco el viento en
la vetusta chimenea, cuenta alrededor del encendido tronco el viejo de la aldea.
LA CARNE ARDIENTE
En un jardín de aquel país horrendo hallé a Fantina, de ojos maternales y
desnudeces mórbidas, tejiendo guirnaldas con las rosas vesperales.
Y cual las agujas túrbidas de un río que rompe
un viento en procelosa huella, gimió de amor mi corazón sombrío y suspiró mi mocedad por Ella.
"Fantina -dije
con ahogadas voces que al brotar abrasábanme la lengua-, quiero hundir mis mejillas en la falda de tu traje, que
apenas roza el viento, entreverar un lirio en tu guirnalda y ungir tus trenzas con precioso ungüento".
La vi
volverse, rígida y sañuda, por esquivarme el juvenil encanto: ¡quizá en mis voces se sintió desnuda y la vergüenza
desató su llanto!
En la tórrida noche cenicienta de ondas pesadas, que al jardín caía, miré mi carne ansiosa
y opulenta, ¡y en un rojizo resplandor ardía!
CANCIÓN DE LA HORA FELIZ
Yo tuve ya un dolor tan íntimo y tan fiero, de tan cruel dominio y trágica
opresión, que a tientas, en las ráfagas de su huracán postrero, fui hasta la Muerte... Un alba se hizo en mi corazón.
Bien
se que aún me aguardan angustias infinitas bajo el rigor del tiempo que nevará en mi sien; que la alegría es lúgubre;
que rodarán marchitas sus rosas en la onda de lúgubre vaivén.
Bien sé que, alucinándome con besos sin ternura, me
embriagarán un punto la juventud y Abril; y que hay en las orgías un grito de pavura, tras la sensualidad del goce juvenil.
Sé
más: mi egregia Musa, de hieles abrevada, en noches sin aurora y en llantos de agonía, por el fatal destino de dioses
engañada ya no creerá en nada... ni aún en la poesía...
¡Y estoy sereno! En medio del oscuro "algún día", de
la sed, de la fiebre, de los mortuorios ramos -¡el día del adiós a todo cuanto amamos!- yo evocaré esta hora y me diré
a mí mismo, sonriendo virilmente: -"Poeta, ¿en qué quedamos?"
Y llenaré mi vaso de sombras y de abismo... ¡el
día del adiós a todo cuanto amamos!
CANCIÓN DEL DÍA FUGITIVO
Como en lo antiguo un día, nuestro día demos al goce estéril... Y
tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!, toda la melodía del instante en la blancura azul de tu semblante.
Déjame
que circunde tu frente con mis besos.
Por quién sabe qué sinos de la hondura, o acaso por qué númenes divinos, al
cantar las alondras a Eva pura oí el cantar, y confundí los trinos.
Y fuéme el día gárrulo mancebo de íntima
albura, y ojiazul, y tibio, y fuéme el viento y el mar ambiguo...
El amor en mi sangre se hacía llamaradas. Mis
sienes vi de lampos circundadas. En mi jardín precipitaron sus mieles las
granadas. Fulgían los luceros, afluían las hadas, y yo quise volar a cumbres nunca holladas.
Pero mi ardor interno
me fue melancolía. Todo el humano impulso lo circunscribe el día, el pequeñuelo círculo del día, burbuja de ilusión,
burbuja vana en que flotas, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!, y que es ahora y no será mañana...
Recuerdo vagamente,
como en sueños se evoca a veces un antiguo ensueño. Bajo el ala de luz del alba pura que anuncia el parto místico
del día, tu mano azúlea, de viril factura, guiaba el carro en la extensión madura del valle que en Octubre descendía.
Un
viento, un viento hería el espigal, y el rumor de las eras en el viento tras el viento salíalo a alcanzar. Con su
oro viejo, líquenes ducales historiaban del álamo los nudos, y había una asamblea de zorzales por los racimos castos
y desnudos. Un viento, un viento hería el espigal, y el rumor en el viento, tras el viento, era como un plañir y
un no lograr.
A sus rejas, la novia del labriego, fértil y matinal, vimos ceñida: la besa él y la colora luego rubor
de amor, ¡oh poma de la vida!
Y cantas tú, ¡oh lamma! Y el son del espigal, la onda eólea, el melódico fluir, ¡suénanme
a un no decir y un sí otorgar! Suspenso yo del amoroso instante, tu acto primo, original y bello, húmedo de la leche
azul del día y aun en sus nieblas matinales trémulo, quise en su maravilla eternizar, con su fluir, con su ondular, entre
el rumor del espigal, en la dulzura del vivir.
¿Dónde está mi visión: el parto místico, el oro del octubre,
el carro, el día, tu voz dilecta, tu ademán jocundo, en fin, la realidad suma y perfecta de aquella hora del mundo, con
su fluir, con su ondular, entre el rumor del espigal, en la dulzura del vivir?
Como el tono del mar
cuaja en la perla, cuaje en esta canción aquel rumor: ¡sea un lamento que va en el viento por mi temblor y mi
dolor el día dulce de tu amor!
¡El día! ¡El día! Su ligera túnica, guarnecida de iris de burbujas, deja sólo
al flotar pavesa triste. Amor, Dolor, Ensueño... ¡El Alma era grande y el día era pequeño!
Pero en venganza lúgubre,
este día es para el goce estéril; y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!, toda la melodía del instante en la
blancura azul de tu semblante...
SEGUNDA CANCIÓN SIN MOTIVO
Con mi ensueño de brumas, con tu claro rubí, ¡oh tarde!, estoy en ti y estás
en mí, por milagrosa e íntima fusión... Antes del gran silencio de las estrellas, di: ¿de qué divina mente formamos
la ilusión?
¡Por mi ensueño de brumas, por tu claro rubí, ¡oh tarde muda y bella!, gime mi corazón.
EL RASTRO EN LA ARENA
¿Querellas en el viento? ¿Clamor contra la nube que sube y sube y la deshace
un viento? ¿Congojas cuando el lirio del día se extenuó? ¡Si aún vivo yo! Si aún gozo mi lírico momento, la luz,
el aura, el amoroso aliento...
Dos fértiles mancebos de Jonia divagaron ¡remoto día! ¡fulgente día! por las
sensuales playas de Lesbos fervorosa, sobre el cristal undívago que al sol reverberaba, bajo el turquí lumíneo que el
ámbito envolvía...
¡ríanse las olas y un gran rumor las llena...
Si fue con los mancebos el goce y la ufanía, ¿qué
importa que no duren sus rastros en la arena?
LIMA
Lima es como un lienzo lleno de colores que arrulla mis horas ayunas de amores...
Todas
las mañanas nacía de una ojera, limpiaba las cúpulas con albo pañuelo, y se dibujaba un poco azulina sobre el escarlata
límpido del cielo.
A veces lloraba tiernamente ungida por constelaciones de finos diamantes. Recogía colores
con delicadeza, y con el del cielo, plasmaba en hermoso cuadro a la tristeza.
Sus horas pintadas, galas de
donceles, eran como un bello trotar de pinceles.
Pero sobre todas las amables horas, ¡oh, sus deliciosas horas
pecadoras! muerte y vida juntas, dentro de un temblor; azules delirios, fiebres tentadoras, ¡que hacen de la vida
la ley del amor!
ELEGÍA PLATÓNICA
Amo a un joven de insólita pureza, todo de lumbre cándida investido: la
vida en él un nuevo dios empieza, y ella en él cobra número y sentido.
Él, en su cotidiano movimiento por ámbitos
de bruma y gnomo y hada, circunscribe las flámulas del viento y el oro ufano en la espiga enarcada.
Ora fulgen
los lagos por la estría... Él es paz en el alba nemorosa. Es canción en lo cóncavo del día. Es lucero en el agua
tenebrosa...
ELEGÍA DEL MARINO ILUSORIO
Pensando estoy... Mi pensamiento tiene ya el ritmo, ya el color, ya
el ardimiento de un mar que alumbran fuegos ponentinos. A la borda del buque van danzando, ebrios del mar, los jóvenes
marinos.
Pensando estoy... Yo, cómo ceñiría la cabeza encrespada y voluptuosa de un joven, en la playa deleitosa, cual
besa el mar con sus lenguas el día. Y cómo de él cautivo, temblando, suspirando, contra la Muerte su juventud indómita,
tierno, protegería. Contra la Muerte, su silueta ilusoria vaga en mi poesía.
Morir... ¿Conque esta carne cerúlea,
macerada en los jugos del mar, suave y ardiente, será por el dolor acongojada? Y el ser bello en la tierra encantada, y
el soñar en la noche iluminada, y la ilusión, de soles diademada, y el vigor... y el amor... ¿fue nada, nada?
¡Dame tu miel, oh niño de boca
perfumada!
CARBUNCLOS
No enflorará tu nombre un verso vano ni entre lo cotidiano irás perdida. Un varonil
silencio. Un goce arcano. Y por mi pensamiento soberano hacer más honda y más sensual tu vida.
Ah, cómo en el
amor estás ardida: se va entreabriendo el alhelí de un beso en tu boca, de múrice teñida, y desnuda y nevada tu
carne a mi deleite fue ofrendada.
¿Qué jardín se te inunda si me lloras? ¿Mi amor no es la clepsidra de tus horas? En
tus labios no miela el colibrí: ¿la vida junto a mí no es más ensueño, más tragedia la vida junto a ti?
Cuán
lindo el pie tan ágil y pequeño... Ya en la propicia oscuridad, desnuda, tu carne tiembla y lánguida me oprime: doliente
y zaraheño, grita mi corazón: "¡Si está desnuda!"
Cuán lindo el pie, tan ágil y sedeño, cuán tibio el muslo...
Ah, dueña de tu dueño: el amor fue mi parte dispensada en el festín de sombras de la nada...
Hoy quiero solazarme
en tu ternura como en las auras que embalsama el heno la noche del sahumerio montesino. ¡Un beso a tu varón, mi hembra
impura! Dormir después en tu redondo seno, tu seno blanco de ápice azulino..
EL POEMA DE LAS DÁDIVAS
Era dulce, pequeña, intranquila, con los bucles de un bronce de gloria, con
la voz infantil e insinuante y las manos leves, cándidas e inquietas.
Fingían sus ojos rendidos al mirar, dos
profundas violetas; su menuda presencia exhalaba un bíblico aroma de mirra y de ungüento, y toda su carne temblaba como
tiembla un rosal bajo el viento.
A su amor arribé muy temprano, al cantar de la alondra primera, y me vieron
rondar sus jardines las noches de luna de la primavera.
Mas pasó cual la sombra de un ave sobre un lírico estanque
dormido, y quedaron vibrando, vibrando, sus palabras de miel en mi oído.
Y ésta fue toda entera su dádiva: la
visión de unos ojos azules donde un lampo indeciso se esconde, ¡y una voz de frescuras edénicas que a través de mis
males responde!
La otra tenía un encanto terrible y el amor de las Reinas de Oriente, y no sé qué avidez tan
profunda ni qué dejos de gracia indolente.
Gota a gota me daba sus néctares; sorbo a sorbo bebía mi sangre como
en un sacrificio crüento, y su brava pasión era un vórtice y una llama y un aire violento...
Y ésta fue, toda
justa, su dádiva: el temprano saber de la ciencia que destruye enemigos cuidados, y el recuerdo de aquella frecuencia en
los brazos duros, firmes e insaciados.
La tercera, de manos filiales, olorosa a reliquias antiguas, destilaba
venenos letales en dulces palabras exiguas.
Evocaba las noches profundas, subyugantes, de mórbido imperio, en
la tórrida selva cargada de aromas sutiles, de vago misterio.
Parecía en los ojos absortos de un incógnito anhelo
cautiva, y en su adusta esquivez era fácil y en su vasta indolencia era altiva.
Y ésta fue, simplemente, su dádiva: la
experiencia de amores extraños, de un trémulo busto, de un alma inasible... la pena inconforme del goce perdido... y,
después de todo, ¡la inquieta avaricia de un nuevo sentido!
La otra, que ardía en mil llamas ocultas, era fértil,
reidora, violenta, ya trueque de un beso, de un mimo, de un canto, con secreto orgullo gustaba su afrenta.
Era
mía, era mía, era mía en el huerto, en la luz, en la sombra... (¡Embriaguez matinal, quién te llama por mi voz! ¡Juventud,
quién te nombra!)
Y ésta fue, fatalmente, su dádiva: el temblor femenil de la carne que en mi propio temblor
se extenúa; la gota de acíbar que un genio maléfico en el vaso colmado insinúa; y en las horas de examen doliente, la
obsesión de la rabia postrera que al mando del tedio inclemente arrojó un corazón en la hoguera.
Y después, y
después... cuántas manos al haz de mis nervios asidas... cuántas trémulas sierpes de fuego... cuántas torres de orgullo,
rendidas...
La una, que fue largamente suspensa de mi voz, de mi gesto más leve; la otra, que mira, que calla
y que piensa un trágico impulso, mas nunca se atreve.
Las unas, volubles, pérfidas y locas; las otras, ardidas
en llamas constantes; discretas acaso, de un dulce misterio, o acaso extenuadas y siempre anhelantes.
...Una,
simple, dejóme el gustoso sabor de las horas inútiles en vano y amable sosiego; otra, rica en olor de sus campos, aromó
mis noches de albahaca y espliego.
La dama fortuita, de tenues perfiles, melancólica, unciosa y extraña, se asoma
en la honda cisterna del tiempo envuelta en un halo de luz de la tarde;
la postrera, de impulsos diabólicos, me
dejó coronado de espinas: mi corazón entregué a sus antojos y le estrujaron sus manos dañinas.
¡Mujeres de un
tiempo florido y lejano! ¡Mujeres de un tiempo duro, tempestuoso! Las que ofrendan cándidas, el beso temprano, las
que dan, malignas, vino peligroso... las que piden bellos madrigales y dardos ocultos en las breves glosas que van
a adularlas... ¡Mujeres que ponen su soplo en las rosas para deshojarlas!
¡Por ellas, cargado de mieles y acíbares, el
corazón, rebosante. se entrega; por ellas diluye su propia virtud en un cántico, como la esencia que el bosque nocturno diluye
en las alas de un aire romántico
SEGUNDA CANCIÓN DELIRANTE
Tralarí lará larí tralará larí lará...
Al amor el alma, vaso
de ternuras; al carmín del día, la alondra solar; luz de estrellas claras a las liras puras, armonium e incienso
al altar...
Ya mi afán extraño, de equívoco anhelo, a mi ronca y triste desesperación: ¿Un laurel andrógino?
¿La piedad de un velo? ¿O el cárabo loco de mi corazón?
Tralarí larí lará tralará lará larí...
Con pavor
mi carne ruge sus locuras. Mi alma en ese rugir va. De tantos rugidos en noches oscuras no oigo nada... nada... Tralarí
lará... Y me abrazo en llamas de lúgubre anhelo, en una gozosa desesperación... Mas un día... ¡un día llegaré hasta
el cielo con las llamaradas de mi corazón!
EL HIJO DE MI AMOR
El hijo de mi amor, mi único hijo, lo engendré sin mujer y es hijo mío; me
escribe a la distancia: estoy tan triste; me faltas tú. Te miro en el esfuerzo por mí, por ti, por el retorno del
polluelo a su sombra familiar, no tengo un pan ni un techo que me cubra; hoy habito en los muros de la mar..
EN LAS NOCHES OCEÁNICAS...
En las noches oceánicas de
los campos de Cuba, muchachuela rural ha llamado a mi hombría; tiene las carnes fúlgidas, tiene los ojos bellos, desnuda
muestra corales vivos ardiendo en sus mamelias...
MI VECINA CARMEN
Esta noche tengo miedo de estar solo... Entre
la sombra, un fantasma de ultramundo sigue mi paso,
veloz... Me parece que se acerca, que me palpa, que
me nombra... Esta noche tengo miedo de estar solo... Entre
la sombra leves rumores semejan un suspiro y una voz...
Todos en el barrio saben la historia de mi vecina: ¡Ingenua,
fragante historia de ardorosa juventud! Por sus cabellos profusos y por su carne
ambarina... Todos en el barrio saben la historia de mi vecina, que, nevada y sonriente, reposa en el ataúd...
Esta
noche tengo miedo de estar solo. Me acongoja el recuerdo aún no lejano de un drama del corazón... Eran sus manos tan
ávidas, era su lengua tan roja... Esta noche tengo miedo de estar solo. Me acongoja el ritmo precipitado de mi propio
corazón...
Caía en sombras la tarde cuando murió mi vecina... En la sala de su casa destella un foco de luz... Están
rezando el rosario... y una comadre ladina, la que pasaba las horas riñendo con mi vecina, reza más alto que todas,
puestos los brazos en cruz...
¡Carmen, diabólica y santa! Sus grandes ojos extraños, atrevidos y falaces, humillaron
mi candor; el bálsamo de sus besos ungió mis veintidós años... ¡Era tan bella y tan rara! Y entre sus bucles castaños dormí
dos noches azules -¡dos noches no más!- de amor...
Y hoy que ha muerto, tengo angustia de estar solo:
hay un rumor de oraciones en el aura que llega quedo, muy quedo...
¡Que abran la puerta! ¿Hace luna? Tengo frío...
tengo miedo... Me parece que de pronto viene a turbarme su voz...
DESAMPARO DE LOS CREPÚSCULOS
Huyo de aquel dolor que me hizo un día bajo el misterio incógnito del
cielo sangrar el alma silenciosamente... ¿A qué desde las áridas riberas tender la vista al horizonte? -El claro beso
de luz en la extensión naufraga- y antes de que la sombra me circuya, apagaré mi espíritu intranquilo en el fulgor
violeta de la tarde...
Ya sobre el mar en gira tumultuosa no veré más la convulsión enorme que templó mi vigor,
ni en la propicia madurez halagüeña de los trigos espaciaré los moribundos ojos; ya no he de uncir las manos temblorosas al
tronco de los robles, cual solía para trepar hasta el follaje ameno, ni más sobre el fervor de la pradera repicará
la esquila de mis cantos; no veré más el rayo de la luna que se quebraba en los azules montes... ¡no veré más los
ojos de los niños!
Tú, perfume y rumor del campo umbrío, hacecillo de rosas ideales, ánfora de virtud enaltecida -tú-
la maga de veinte primaveras, lánguida novia de pupilas hondas que cruzas bajo el árbol del ensueño, ¡perdóname!
-la lumbre que redime sobre los montes del confín no viene, la fe desmaya, la ilusión desmaya, la fuerza languidece
y se desmaya... y antes de que las sombras me circunden, ¡apagaré mi espíritu intranquilo en el fulgor violeta de
la tarde!
LA GRACIA INCÓGNITA
I Nube sombría, grávida de noche, que enluta los oleajes del invierno, así
su frente; cejas enemigas roban la escasa lumbre a sus ojuelos. Y es su sonrisa como un alba fúnebre. Y es su ademán
como un blandir de hierros. La boca innoble y ávida destila, -fruto de Satanás- hondos venenos.
Mas en la sombra
y el callado instante del suspirar, del anhelar sereno, cuando tiemblan los astros en las aguas y está en los pozos
el caudal del cielo, el hombre aquel inclina la cabeza, oye un tumulto lírico en su pecho, y sus ásperas formas armonizan del
mundo con el plácido concierto.
¿En dónde está la gracia de un rostro que yo he visto?
II Muertos
lagos nocturnos, en sus ojos la claridad del valle se destiñe, y la encendida, innumerable tierra en borrosos espectros
se deslíe.
Las mieles del amor entre sus labios congela un viento soporoso y triste; opresa de los músculos su
alma tan sólo amargos pensamientos rige.
Pero después, en las purpúreas horas en que la tarde, conmovida, rinde sus
violetas al mar, y en los pinares ardiente soplo de inquietud imprime, ella, la joven lóbrega, se incendia en albas
de suavísimos matices, mientras -cautivo de visión gozosa- más allá de la tarde un niño ríe...
¿En dónde está
la gracia de un rostro que yo he visto?
III Tétrica faz, indómitos mechones, mano inhábil y lúgubre sonrisa... Como
arroyo que fluye entre los légamos, su sangre es tarda, perezosa, fría. La ancha cabeza intonsa mal sostienen los
desmedrados hombros; pensaríais que se engendró del sueño con que tornan las viejas de las fúnebres vigilias.
Pero
decidle una palabra dulce, de humano amor con óleos prevenida, un ritmo que sus nébulas evoque la visión de una Cólquide
divina, y él arderá como el incienso rubio puesto a expirar entre las brasas vivas, mientras su faz anémica se enciende con
la hermosura de mil rosas íntimas..
¿En dónde está la gracia de un rostro que yo he visto?
MOMENTO
Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante, opreso
en la urna del día, engreído en mi corazón, ebrio de mi fantasía, y la Eternidad adelante...
adelante... adelante...
LA ESTRELLA DE LA TARDE
Un monte azul, un pájaro viajero, un roble, una llanura, un niño, una
canción... Y, sin embargo, nada sabemos hoy, hermano mío.
Bórranse los senderos en la sombra; el corazón del
monte está cerrado; el perro del pastor trágicamente aúlla entre las hierbas del vallado.
Apoya tu fatiga en
mi fatiga, que yo mi pena apoyaré en tu pena, y llora, como yo, por el influjo de la tarde traslúcida y serena.
Nunca
sabremos nada...
¿Quién puso en nuestro espíritu anhelante, vago rumor de mares en zozobra, emoción desatada, quimeras
vanas, ilusión sin obra?
Hermano mío, en la inquietud constante, nunca sabremos nada... ¿En qué grutas de islas
misteriosas arrullaron los númenes tu sueño? ¿Quién me da los carbones irreales de mi ardiente pasión, y la resina que
efunde en mis poemas su fragancia? ¿Qué voz suave, qué ansiedad divina tiene en nuestra ansiedad su resonancia?
Todo
inquirir fracasa en el vacío, cual fracasan los bólidos nocturnos en el fondo del mar; toda pregunta vuelve a nosotros
trémula y fallida, como del choque en el cantil fragoso la flecha por el arco despedida. Hermano mío, en el impulso
errante, nunca sabremos nada...
Y sin embargo...
¿Qué mística influencia vierte en nuestros dolores un
bálsamo radiante? ¿Quién prende a nuestros hombros manto real de púrpuras gloriosas, y quién a nuestras llagas viene
y las unge y las convierte en rosas?
Tú, que sobre las hierbas reposabas de cara al cielo, dices de repente: "La
estrella de la tarde está encendida!" Ávidos buscan su fulgor mis ojos a través de la bruma, y ascendemos por el
hilo de luz...
Un grillo canta en los repuestos musgos del cercado, y un incendio de estrellas se levanta en
tu pecho, tranquilo ante la tarde, y en mi pecho en la tarde sosegado..
NUEVA CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
Te me vas, torcaza rendida, juventud dulce, dulcemente desfallecida: ¡te
me vas! Tiembla en tus embriagueces el dolor de la vida. -¿Y nada más? -Y un poco más...
La mujer y la gloria,
con puños ternezuelos, llamaron quedamente a mi alma infantil. ¡Oh, los primarios ímpetus! ¡Los matinales vuelos! Tuve
una novia... Me parece que fue en Abril...
Yo miraba el crepúsculo y creía que "eso" era el crepúsculo: ¡sí,
tácita en la noche, la estrella está detrás! El Numen de Colombia me dio una rosa bella, mas yo perdí el crepúsculo
y codicié la estrella... -¿Y nada más? -Y un poco más...
Y escuché que cantaban su canción de ambrosía Pisinoe
en la onda y en la onda Aglaopea: el mundo, como un cóncavo diamante, parecía henchido hasta los bordes por la amorosa
idea.
¡Fue entonces cuando advino Evanaam, el dulce amigo de mi alma, que no volvió jamás! Yo amaba solamente
su amistad dulce... -¿Y nada más? -Y un poco más...
¡Y luego... ser el árbitro de mi torpe destino, actor
en mis tragedias, verdugo de mi honor! Mi lira tiene un trémolo de caracol marino, y entre el dolor humano yo expreso
otro dolor.
No te vas, torcaza rendida, juventud dulce, dulcemente desfallecida, ¡no te vas! Quiero apurar el
íntimo deleite de la vida... -¿Y nada más? -Y un poco más...
CANCIÓN EN LA ALEGRÍA
¡Oh juventud... y el corazón... y Ella, música en el silencio del
palmar! Brilla en mi cielo temblorosa estrella, y el corazón, la juventud y Ella me infunden vago anhelo de cantar.
Junio
en sus brazos cálidos madura de mayo floreal la herencia opima; y la onda musical de la luz pura truécase en polvo
de oro de la rima.
¡Oh juventud... y el corazón... y Ella trémula en el cordaje del laúd: Ella florida, Ella
enardecida, Ella, todo el aroma de la vida en la miel de la dulce juventud!
Aún siento impulso de cantar. El
viento riega efluvios de Dios por la pradera, todo primor de nácar y de trino en la infantilidad de la mañana
-¿Qué
es poesía? - El pensamiento divino hecho melodía humana...
EL ESPEJO
¿Mi nombre? Tengo muchos: canción, locura, anhelo. ¿Mi acción? Vi un ave hender la tarde,
hender el cielo... Busqué su huella y sonreí llorando, y el tiempo fue mis ímpetus domiando.
¿La síntesis? No
se supo: un día fecundaré la era donde me sembrarán. Don Nadie. Un hombre. Un loco. Nada.
Una sombra inquietante
y pasajera. Un odio. Un grito. Nada. Nada.
¡Oh desprecio, oh rencor, oh furia, oh rabia! La vida está de soles diademada...
NOCTURNO
¡Oh!, ¡que gran corazón el corazón del campo en esta noche azul y pura y reverente, todo
lleno de amor y de piedad sagrada y fuerza suficiente!
Yo le escucho latir y comprendo mi vida: me parece tan
clara, tan profunda, tan simple, y tiene como el mar y el monte puro su raíz en el tiempo sumergida...
Yo le
siento latir, y una onda inefable y cordial y vital me reconforta, y no pienso que soy un barro deleznable, y que
la brega es dura y corta.
Toda inquietud es vana; la desazón soporta -me está diciendo a voces un amigo interior- El
minuto es florido, sonoro y halagüeño, el corazón del campo te dará su vigor para entrar en el último sueño...
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