MARINA ARZOLA PORCELL Y JAIME VÉLEZ ESTRADA:
LA PASIÓN Y EL RIESGO DE LA PALABRA POÉTICA
La libertad es para el que piensa distinto.
Rosa Luxemburgo
Por: Santos Negrón Díaz
Agradezco al buen amigo Omar Orrusti y al Comité de Amigos del Boquio la invitación que hacen para presentar unas breves
reflexiones sobre los dos poetas a quienes se le rinde homenaje en este XVIII Baquinoquio.
Debo felicitar a los organizadores de esta actividad por el excelente acopio que han hecho de algunos de los poemas más
representativos de ambos poetas. De igual modo, es un logro significativo la distribución de tres ensayos medulares sobre
la obra poética de Marina Arzola: el brillante artículo tomado de número de Guajana correspondiente a noviembre de 1978, las
respetuosas y ponderadas palabras del poeta y crítico literario don Luis Hernández Aquino en 1961, en el acto de presentación
de la poeta en el Ateneo y el magnífico trabajo del poeta, crítico literario y profesor José Manuel Torres Santiago.
Conocí personalmente a Marina y dialogué con ella en muchas ocasiones en mis años universitarios a principios y mediados
de la década de los 60. Recuerdo su poderosa personalidad, su pasión por la literatura y las artes y su afán incansable de
transmitir a los jóvenes universitarios, que la admirábamos sin límite, su amor por la poesía lírica española y por la creación
literaria en general.
Desde que conocí a Marina tuve una intuición que siempre guió mi relación con ella: me percaté que ella me estaba llevando
de la mano, en forma gentil, sin presión alguna, hacia un mundo de experiencias estéticas e intelectuales de orden superior,
de mayor calidad y profundidad que las que obtenía de los cursos universitarios. Ella me prestaba libros, me leía sus poemas
más recientes, me hablaba de sus últimas lecturas y me envolvía en un clima sublime que me inducía a seguirla sin cuestionamiento
alguno.
A leer las hermosas palabras de los poetas del Grupo Guajana me conmueve saber que ella hizo lo mismo con ellos, uno a
uno, en una maravillosa multiplicación de esfuerzos que sólo se puede explicar si partimos del supuesto de que ella tenía
un plan de sembrar la sensibilidad poética y el amor por la auténtica actividad intelectual entre un grupo de personas cuidadosamente
escogidos. Tal prodigio de generosidad y certeza pedagógica da cuenta de la similitud en lecturas y gustos literarios que
tenemos todos los que tuvimos el privilegio de compartir con ella, de recibir la irradiación intensa y a la vez amable de
su espíritu.
Nunca supe de los terribles tormentos existenciales que sufría la poeta, nunca pude entender el gran dolor que le producía
la crueldad y la burla de aquellos que no tuvieron la dicha de conocerla a fondo. Ella no se quejaba, ni hacía un espectáculo
de su soledad, que en buena medida era el resultado de sus firmes convicciones filosóficas. La benevolencia de Marina, su
mirada tutelar sobre mis orientaciones intelectuales juveniles, actuó como una barrera que me impidió darme cuenta de que
ella me estaba protegiendo de los dolores y sufrimientos que ella absorbía sin queja alguna. Así, cuando la vida me golpeó
con mano dura y terrible y tuve que recurrir a los más elementales instintos de sobrevivencia psicológica, me acordé y derivé
fuerzas de la templanza, de la valentía sin par de Marina, de su gran clase que le permitió superar los agravios más extremos
con dignidad, con paciencia, con estilo.
En esta tarde en que le rendimos homenaje a esta mujer extraordinaria, a quien considero no sólo una gran poeta sino una
heroína cultural de nuestra patria, les expresó mi alegría de que ya se haya valorado en forma justa sus aportaciones a la
poesía, al mismo tiempo que invito a los jóvenes estudiosos de la literatura a que se adentren el poderoso y enigmático mundo
poético que ella construyó, donde les esperan gratas sorpresas y emociones alucinantes.
Jaime representó siempre para mí un ejemplo de vocación académica y firme fe en el poder del conocimiento. En virtud de
que él raras veces aludía a su producción literaria y no era muy dado a presentarle sus poemas a sus amigos, mi diálogos con
Jaime siempre se orientaron a los temas filosóficos. Él conocía profundamente las corrientes de pensamiento filosófico que
más me interesaban a mí, particularmente el paso de la fenomenología de Husserl al existencialismo de Sartre, Camus y Hiedegger.
También compartíamos una gran admiración por la obra de Merlau-Ponty, un filósofo poco leido en la actualidad, pero que en
los años 60 y 70 era una lectura obligatoria para todos aquellos que comenzábamos a percatarnos de algunas de las dimensiones
más angustiantes de la experiencia socialista en la Unión Soviética.
Al igual que Marina, Jaime tenía una recia personalidad intelectual. Su formación académica era muy sólida. Era muy agudo
y poseía un fino sentido de la ironía, que a veces se tornada en un sarcasmo implacable. Disertaba con autoridad y solvencia
en los campos humanísticos y cuando extendía su discusión a otras disciplinas mostraba evidencia de sus vastas lecturas.
Su espíritu crítico y rebelde, su inconformidad con los rituales mecánicos de la vida académica, lo llevó a múltiples encontronazos
con la gerencia universitaria de diferentes centros de enseñanza, por cual se vio obligado a peregrinar de una universidad
a otra, dejando en todas ellas huellas de su inquieto temperamento, de su gran talento docente y de su perpetuo afán donjuanesco.
La admirable calidad lírica y la nitidez y precisión poética de los sonetos del Washinton Square que hoy ponen en nuestras
manos los organizadores de esta actividad nos dan una buena muestra de los logros literarios de Jaime y, al mismo tiempo,
nos dan un perfil de lo que pudo haber sido su obra si no hubiese vivido en cruenta lucha con su vocación poética.
Hasta donde tengo entendido, la obra literaria de Jaime aún está en espera de una valoración apropiada. De igual modo,
entiendo que no se ha hecho una recopilación de las aportaciones ensayística de este formidable intelectual puertorriqueño.
Ninguna de estas de dos realidades es óbice para que le rindamos homenaje en el día y más bien apuntan a una tarea de preservación
cultural que es responsabilidad de todos los que disfrutamos de su amistad y reconocemos su gran talento.
Tanto Marina como Jaime fueron poetas atormentados. Vivieron la pasión y el riesgo del discurso poético, pensaron distinto,
fueron innovadores y audaces, y sus vidas se apartaron acentuadamente de la rutina y de los cercos dictados por el convencionalismo.
Cada uno de ellos, a su manera, abrió un espacio de creación cultural significativa, aportó brillantemente a la poesía puertorriqueña
y dejó un recuerdo de logro y excelencia que hoy todos apreciamos. Al honrarlos, honramos la fuerza creadora de nuestra patria,
que le impuso a estos dos poetas, para parafrasear los hermosos versos de don Juan Antonio Corretjer, en su clásico poema
Distancias, no su silencio sino su palabra. La palabra de ellos vibra hoy con más fuerza que nunca y nos señala el
camino hacia un futuro en que los puertorriqueños, ya por siempre, aprendamos a respetar a nuestros altos valores culturales
y fortalezcamos los lazos de solidaridad que deben unirnos como pueblo.
Muchas gracias.
Discurso leído el sábado 20 de septiembre de 2003, en el Antiguo Cementerio de Carolina, en ocasión de celebrarse el XVIII
Baquinoquio.