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LA
CONVERSACION INSPIRADA Y CONSTRUCTIVA, HOMBRE UNIVERSAL Y AL MISMO TIEMPO PUERTORRIQUENO INTEGRO, AMIGO ENTRANABLE Y GENEROSO,
ALBERTY ACUDE A NUESTRO RECUERDO EN FORMAS TAN VARIADAS Y EXCITANTES QUE NOS ABRUMA LA SOLA IDEA DE CAPTURAR SU IMAGEN EN
UN BREVE ESCRITO. < En mi mente concurren los recuerdos de muchos ratos de conversacion ardiente en que Alberty, ante mis asombrados ojos y oidos, que hacian caso omiso a sus extranos gestos nerviosos y a los
ruidos inauditos e incomprensibles que interrumpian ocasionalmente su discurso, desplegaba su profundo conocimiento de la
historia de la pintura, senalaba su admiracion por Picasso y por El Greco, me describia sus aventuras en Europa, comentaba
sobre el mas reciente libro de Octavio Paz o recordaba con ternura y admiracion su ultimo encuentro con la poetisa Marina
Arzola. En efecto: hablar con Alberty era una verdadera fiesta del intelecto,
era entrar a una dimension en que las preocupaciones triviales y el ajoro de cada dia quedaban a un lado, desplazados rapidamente
por las ocurrencias y agudezas de Alberty -a veces absolutamente cuerdas y
lucidas; otras veces aparentemente disparatadas y absurdas, pero llenas de ingenio y originalidad, como todo lo que emprendia
su inquieto espiritu creador. Atesoro una gran variedad de las teorias, ideas y anecdotas de Alberty,
las cuales les he comunicado a mis hijas. Ellas siempre las han escuchado con admiracion y curiosidad y en ocasiones me ruegan
que las repita para deleite de amistades de ellas que nos visitan.< Quizas muchas personas que conocieron a Alberty de una manera superficial y, que, por tanto, estuvieron mas atentos a los aspectos externos de
su idiosincracia y su excentricidad, al espectaculo de su individualidad, que a su esencia como persona, no se percataron
a plenitud de que su perpetuo afan por salirse de los moldes convencionales y generar nuevas dimensiones de comunicacion intelectual
y de creacion artistica, eran la expresion concreta de la dimension que mas admire siempre en el: su profundo, radical e intransigente
sentido de la libertad.<
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En
efecto, a pesar de la distancia temporal que media entre el hombre joven que lo conocio a mediados de la decada de los 60
y que compartio vivienda con el y con Hector Gelpi en la calle Sol de San Juan, y el hombre maduro que hoy escribe estas lineas,
la figura de Alberty se agiganta ante mis ojos no solo como artista y como
vigoroso defensor de la cultura universal, sino como apostol de la libertad. No me refiero solo a la libertad politica, sino
tambien a la libertad existencial, al pleno ejercicio del libre pensamiento, a la renuncia a ataduras que menoscaben nuestra
accion y que pongan limites o fronteras a nuestra capacidad creadora. Su apostolado de libertad no fue una campana de propaganda
en favor de una idea fija o de una forma especifica de accion y pensamiento, sino un ejemplo vivo y ardiente, una presencia
alegre y expansiva que nos hizo vibrar de emocion a todos los que recibimos su impacto.
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Soy
consciente del alto valor que nuestros historiadores y criticos del arte le asignan a la variada y dispersa obra de Alberty. No obstante, creo que por grande que haya sido la aportacion de el a la pintura
y, a su modo, a la poesia de Puerto Rico, mucho mayor es la proyeccion de su personalidad artistica, de su ejemplo vital,
de su profundo sentido de la amistad y de la solidaridad, que nos lleva a recordar su imagen como hombre concreto, de carne
y hueso como decia Unamuno, y no como una figura de catalogo recordada solo por los eruditos. Alberty vivio con y para sus amigos, cultivo el arte de la amistad, del amor fraternal a una escala tan
grande que hoy, ante su tumba, nos sigue hermanando a todos, nos sigue recordando que el futuro de nuestra patria depende
de cuan fuerte se mantenga la solidaridad entre los puertorriquenos.
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La
juventud que hoy celebra la memoria de Alberty, que le rinde tributo a su
genio creador, a su personalidad original y a su legado artistico, debe conocer que, simultaneamente, estan honrando a un
hombre que nos enseno a ser libres, ricos en la dimension espiritual, exploradores de un universo de ideas, sentimientos y
afectos.
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En
Puerto Rico, vivimos tiempos de represion, autoritarismo e iniquidad. Algunos intelectuales y artistas que en epocas anteriores
mantuvieron posiciones criticas y expresaron su disidencia con orgullo y valentia, se han doblegado o comienzan a tambalearse
ante la presion del dirigismo cultural y de la mentalidad protofascista que intenta avasallar al pais. Afortunadamente, la
gran mayoria de nuestros creadores culturales, pertenecientes a varias generaciones, se yergue con fuerza y militancia ante
el intento de destruir nuestras bases culturales. En este contexto, el homenaje que hoy hacemos a Alberty constituye un verdadero desafio, ya que estamos exaltando a un hombre que no se rindio ante ninguna
presion, que rehuso poner su arte al servicio del mercantilismo y del dirigismo cultural, que prefirio sufrir angustiosas
carencias materiales antes de claudicar, antes de amoldarse a estructuras que limitaran su plena expresion, su libre desarrollo
artistico e intelectual. Si Alberty viviera estaria, con mas ahinco que nadie,
a la vanguardia de los que creemos que la afirmacion de la cultura puertorriquena es un imperativo moral, un deber ineludible.
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No
puedo terminar mis palabras sin expresarles la gran alegria que siento al participar en este homenaje a quien fue mi amigo,
mi mentor y mi maximo ejemplo de integridad humana. Mis ultimas palabras son una advertencia similar a la que hizo Antonio
Machado sobre Ramon Maria del Valle Inclan: cuando se escriba alguna vez la epopeya de Alberty,
el anecdotario de su vida, que hoy circula a viva voz entre los que tuvimos el privilegio de conocerlo y de observar sus destellos
y ocurrencias geniales, no debemos enterrar su imagen bajo una multitud de hechos insignificantes, sino llegar a la honda
raiz de su personalidad intelectual y de su ejecucion artistica y vital. Alli hallaremos el significado fundamental del mensaje
de Alberty, el hombre que convirtio su vida en una obra de arte, la cual hoy
admiramos tanto como sus cuadros, poemas y otras expresiones artisticas, y que afirmo, con vehemencia y verticalidad, la libertad
como principio rector del desempeno humano.
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El
autor es un economista de San Juan. Palabras pronunciadas en el homenaje a Roberto Alberty
efectuado ayer en el viejo cementerio de Carolina. @*@*@*
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<< Comienzo
del artículo
En mi mente concurren los recuerdos de muchos ratos de conversación ardiente en que Alberty,
ante mis asombrados ojos y oídos, que hacían caso omiso a sus extraños gestos nerviosos y a los ruidos inauditos e incomprensibles
que interrumpían ocasionalmente su discurso, desplegaba su profundo conocimiento de la historia de la pintura, señalaba su
admiración por Picasso y por El Greco, me describía sus aventuras en Europa, comentaba sobre el más reciente libro de Octavio
Paz o recordaba con ternura y admiración su ultimo encuentro con la poeta Marina Arzola.
En efecto: hablar con Alberty era una verdadera fiesta del intelecto,
era entrar a una dimensión en que las preocupaciones triviales y el ajoro de cada día quedaban a un lado, desplazados rápidamente
por las ocurrencias y agudezas de Alberty -a veces absolutamente cuerdas y
lúcidas; otras veces aparentemente disparatadas y absurdas, pero llenas de ingenio y originalidad, como todo lo que emprendía
su inquieto espíritu creador.
Atesoro una gran variedad de las teorías, ideas y anécdotas de Alberty,
las cuales les he comunicado a mis hijas. Ellas siempre las han escuchado con admiración y curiosidad y en ocasiones me ruegan
que las repita para deleite de amistades de ellas que nos visitan.
Quizás muchas personas que conocieron a Alberty de una manera superficial
y, que, por tanto, estuvieron mas atentos a los aspectos externos de su idiosincracia y su excentricidad, al espectáculo de
su individualidad, que a su esencia como persona, no se percataron a plenitud de que su perpetuo afán por salirse de los moldes
convencionales y generar nuevas dimensiones de comunicación intelectual y de creación artística, eran la expresión concreta
de la dimensión que más admire siempre en él: su profundo, radical e intransigente sentido de la libertad.
En efecto, a pesar de la distancia temporal que media entre el hombre joven que lo conoció a mediados de la década
de los 60 y que compartió vivienda con él y con Héctor Gelpi en la calle Sol de San Juan, y el hombre maduro que hoy escribe
estas líneas, la figura de Alberty se agiganta ante mis ojos no sólo como
artista y como vigoroso defensor de la cultura universal, sino como apóstol de la libertad. No me refiero solo a la libertad
política, sino también a la libertad existencial, al pleno ejercicio del libre pensamiento, a la renuncia a ataduras que menoscaben
nuestra acción y que pongan límites o fronteras a nuestra capacidad creadora. Su apostolado de libertad no fue una campaña
de propaganda en favor de una idea fija o de una forma específica de acción y pensamiento, sino un ejemplo vivo y ardiente,
una presencia alegre y expansiva que nos hizo vibrar de emoción a todos los que recibimos su impacto.
Soy consciente del alto valor que nuestros historiadores y críticos del arte le asignan a la variada y dispersa obra
de Alberty. No obstante, creo que por grande que haya sido la aportación de
él a la pintura y, a su modo, a la poesía de Puerto Rico, mucho mayor es la proyección de su personalidad artística, de su
ejemplo vital, de su profundo sentido de la amistad y de la solidaridad, que nos lleva a recordar su imagen como hombre concreto,
de carne y hueso como decía Unamuno, y no como una figura de catálogo recordada sólo por los eruditos.
Sin duda, Alberty vivió
con y para sus amigos, cultivó el arte de la amistad, del amor fraternal a una escala tan grande que hoy, ante su tumba, nos
sigue hermanando a todos, nos sigue recordando que el futuro de nuestra patria depende de cuán fuerte se mantenga la solidaridad
entre los puertorriqueños.
La juventud que hoy celebra la memoria de Alberty, que le rinde tributo
a su genio creador, a su personalidad original y a su legado artístico, debe conocer que, simultáneamente, están honrando
a un hombre que nos enseñó a ser libres, ricos en la dimensión espiritual, exploradores de un universo de ideas, sentimientos
y afectos.
En Puerto Rico, vivimos tiempos de represión, autoritarismo e iniquidad. Algunos intelectuales y artistas que en épocas
anteriores mantuvieron posiciones críticas y expresaron su disidencia con orgullo y valentía, se han doblegado o comienzan
a tambalearse ante la presión del dirigismo cultural y de la mentalidad protofascista que intenta avasallar al país. Afortunadamente,
la gran mayoría de nuestros creadores culturales, pertenecientes a varias generaciones, se yergue con fuerza y militancia
ante el intento de destruir nuestras bases culturales. En este contexto, el homenaje que hoy hacemos a Alberty constituye un verdadero desafío, ya que estamos exaltando a un hombre que no se rindió ante ninguna
presión, que rehusó poner su arte al servicio del mercantilismo y del dirigismo cultural, que prefirió sufrir angustiosas
carencias materiales antes de claudicar, antes de amoldarse a estructuras que limitaran su plena expresión, su libre desarrollo
artístico e intelectual.
Si Alberty viviera estaría, con mas ahínco que nadie, a la vanguardia
de los que creemos que la afirmación de la cultura puertorriqueña es un imperativo moral, un deber ineludible.
No puedo terminar mis palabras sin expresarles la gran alegría que siento al participar en este homenaje a quien fue
mi amigo, mi mentor y mi máximo ejemplo de integridad humana. Mis ultimas palabras son una advertencia similar a la que hizo
Antonio Machado sobre Ramón María del Valle Inclán: cuando se escriba alguna vez la epopeya de Alberty, el anecdotario de su vida, que hoy circula a viva voz entre los que tuvimos el privilegio de
conocerlo y de observar sus destellos y ocurrencias geniales, no debemos enterrar su imagen bajo una multitud de hechos insignificantes,
sino llegar a la honda raíz de su personalidad intelectual y de su ejecución artística y vital. Allí hallaremos el significado
fundamental del mensaje de Alberty, el hombre que convirtió su vida en una
obra de arte, la cual hoy admiramos tanto como sus cuadros, poemas y otras expresiones artísticas, y que afirmó, con vehemencia
y verticalidad, la libertad como principio rector del desempeño humano.
Palabras pronunciadas en el homenaje a Roberto Alberty efectuado ayer en el viejo cementerio de Carolina el 19 de septiembre de 2003. |