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Santos Negrón Díaz: Roberto Alberty: Apóstol de la libertad

Este texto lo publiqué en la Revista Domingo de El Nuevo Día, un día después de leerlo en el Baquinoquio de 2000.

ROBERTO ALBERTY: APOSTOL DE LA LIBERTAD

POR SANTOS NEGRON DIAZ

 

Artículo publicado en el periódico El Nuevo Día, el 20 de septiembre de 2001

 

Hay muchas maneras de acercarse a la memoria de Roberto Alberty. Excelente pintor, poeta de nuevo cuño, intelectual del arte y de la historia del arte, lector incansable de la mejor literatura, maestro de la conversación inspirada y constructiva, hombre universal y al mismo tiempo puertorriqueño íntegro, amigo entrañable y generoso, Alberty acude a nuestro recuerdo en formas tan variadas y excitantes que nos abruma la sola idea de capturar su imagen en un breve escrito.

 

 

 

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LA CONVERSACION INSPIRADA Y CONSTRUCTIVA, HOMBRE UNIVERSAL Y AL MISMO TIEMPO PUERTORRIQUENO INTEGRO, AMIGO ENTRANABLE Y GENEROSO, ALBERTY ACUDE A NUESTRO RECUERDO EN FORMAS TAN VARIADAS Y EXCITANTES QUE NOS ABRUMA LA SOLA IDEA DE CAPTURAR SU IMAGEN EN UN BREVE ESCRITO. < En mi mente concurren los recuerdos de muchos ratos de conversacion ardiente en que Alberty, ante mis asombrados ojos y oidos, que hacian caso omiso a sus extranos gestos nerviosos y a los ruidos inauditos e incomprensibles que interrumpian ocasionalmente su discurso, desplegaba su profundo conocimiento de la historia de la pintura, senalaba su admiracion por Picasso y por El Greco, me describia sus aventuras en Europa, comentaba sobre el mas reciente libro de Octavio Paz o recordaba con ternura y admiracion su ultimo encuentro con la poetisa Marina Arzola. En efecto: hablar con Alberty era una verdadera fiesta del intelecto, era entrar a una dimension en que las preocupaciones triviales y el ajoro de cada dia quedaban a un lado, desplazados rapidamente por las ocurrencias y agudezas de Alberty -a veces absolutamente cuerdas y lucidas; otras veces aparentemente disparatadas y absurdas, pero llenas de ingenio y originalidad, como todo lo que emprendia su inquieto espiritu creador. Atesoro una gran variedad de las teorias, ideas y anecdotas de Alberty, las cuales les he comunicado a mis hijas. Ellas siempre las han escuchado con admiracion y curiosidad y en ocasiones me ruegan que las repita para deleite de amistades de ellas que nos visitan.< Quizas muchas personas que conocieron a Alberty de una manera superficial y, que, por tanto, estuvieron mas atentos a los aspectos externos de su idiosincracia y su excentricidad, al espectaculo de su individualidad, que a su esencia como persona, no se percataron a plenitud de que su perpetuo afan por salirse de los moldes convencionales y generar nuevas dimensiones de comunicacion intelectual y de creacion artistica, eran la expresion concreta de la dimension que mas admire siempre en el: su profundo, radical e intransigente sentido de la libertad.<

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En efecto, a pesar de la distancia temporal que media entre el hombre joven que lo conocio a mediados de la decada de los 60 y que compartio vivienda con el y con Hector Gelpi en la calle Sol de San Juan, y el hombre maduro que hoy escribe estas lineas, la figura de Alberty se agiganta ante mis ojos no solo como artista y como vigoroso defensor de la cultura universal, sino como apostol de la libertad. No me refiero solo a la libertad politica, sino tambien a la libertad existencial, al pleno ejercicio del libre pensamiento, a la renuncia a ataduras que menoscaben nuestra accion y que pongan limites o fronteras a nuestra capacidad creadora. Su apostolado de libertad no fue una campana de propaganda en favor de una idea fija o de una forma especifica de accion y pensamiento, sino un ejemplo vivo y ardiente, una presencia alegre y expansiva que nos hizo vibrar de emocion a todos los que recibimos su impacto.

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Soy consciente del alto valor que nuestros historiadores y criticos del arte le asignan a la variada y dispersa obra de Alberty. No obstante, creo que por grande que haya sido la aportacion de el a la pintura y, a su modo, a la poesia de Puerto Rico, mucho mayor es la proyeccion de su personalidad artistica, de su ejemplo vital, de su profundo sentido de la amistad y de la solidaridad, que nos lleva a recordar su imagen como hombre concreto, de carne y hueso como decia Unamuno, y no como una figura de catalogo recordada solo por los eruditos. Alberty vivio con y para sus amigos, cultivo el arte de la amistad, del amor fraternal a una escala tan grande que hoy, ante su tumba, nos sigue hermanando a todos, nos sigue recordando que el futuro de nuestra patria depende de cuan fuerte se mantenga la solidaridad entre los puertorriquenos.

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La juventud que hoy celebra la memoria de Alberty, que le rinde tributo a su genio creador, a su personalidad original y a su legado artistico, debe conocer que, simultaneamente, estan honrando a un hombre que nos enseno a ser libres, ricos en la dimension espiritual, exploradores de un universo de ideas, sentimientos y afectos.

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En Puerto Rico, vivimos tiempos de represion, autoritarismo e iniquidad. Algunos intelectuales y artistas que en epocas anteriores mantuvieron posiciones criticas y expresaron su disidencia con orgullo y valentia, se han doblegado o comienzan a tambalearse ante la presion del dirigismo cultural y de la mentalidad protofascista que intenta avasallar al pais. Afortunadamente, la gran mayoria de nuestros creadores culturales, pertenecientes a varias generaciones, se yergue con fuerza y militancia ante el intento de destruir nuestras bases culturales. En este contexto, el homenaje que hoy hacemos a Alberty constituye un verdadero desafio, ya que estamos exaltando a un hombre que no se rindio ante ninguna presion, que rehuso poner su arte al servicio del mercantilismo y del dirigismo cultural, que prefirio sufrir angustiosas carencias materiales antes de claudicar, antes de amoldarse a estructuras que limitaran su plena expresion, su libre desarrollo artistico e intelectual. Si Alberty viviera estaria, con mas ahinco que nadie, a la vanguardia de los que creemos que la afirmacion de la cultura puertorriquena es un imperativo moral, un deber ineludible.

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No puedo terminar mis palabras sin expresarles la gran alegria que siento al participar en este homenaje a quien fue mi amigo, mi mentor y mi maximo ejemplo de integridad humana. Mis ultimas palabras son una advertencia similar a la que hizo Antonio Machado sobre Ramon Maria del Valle Inclan: cuando se escriba alguna vez la epopeya de Alberty, el anecdotario de su vida, que hoy circula a viva voz entre los que tuvimos el privilegio de conocerlo y de observar sus destellos y ocurrencias geniales, no debemos enterrar su imagen bajo una multitud de hechos insignificantes, sino llegar a la honda raiz de su personalidad intelectual y de su ejecucion artistica y vital. Alli hallaremos el significado fundamental del mensaje de Alberty, el hombre que convirtio su vida en una obra de arte, la cual hoy admiramos tanto como sus cuadros, poemas y otras expresiones artisticas, y que afirmo, con vehemencia y verticalidad, la libertad como principio rector del desempeno humano.

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El autor es un economista de San Juan. Palabras pronunciadas en el homenaje a Roberto Alberty efectuado ayer en el viejo cementerio de Carolina. @*@*@*

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<< Comienzo del artículo

En mi mente concurren los recuerdos de muchos ratos de conversación ardiente en que Alberty, ante mis asombrados ojos y oídos, que hacían caso omiso a sus extraños gestos nerviosos y a los ruidos inauditos e incomprensibles que interrumpían ocasionalmente su discurso, desplegaba su profundo conocimiento de la historia de la pintura, señalaba su admiración por Picasso y por El Greco, me describía sus aventuras en Europa, comentaba sobre el más reciente libro de Octavio Paz o recordaba con ternura y admiración su ultimo encuentro con la poeta Marina Arzola.

 

En efecto: hablar con Alberty era una verdadera fiesta del intelecto, era entrar a una dimensión en que las preocupaciones triviales y el ajoro de cada día quedaban a un lado, desplazados rápidamente por las ocurrencias y agudezas de Alberty -a veces absolutamente cuerdas y lúcidas; otras veces aparentemente disparatadas y absurdas, pero llenas de ingenio y originalidad, como todo lo que emprendía su inquieto espíritu creador.

 

Atesoro una gran variedad de las teorías, ideas y anécdotas de Alberty, las cuales les he comunicado a mis hijas. Ellas siempre las han escuchado con admiración y curiosidad y en ocasiones me ruegan que las repita para deleite de amistades de ellas que nos visitan.

 

Quizás muchas personas que conocieron a Alberty de una manera superficial y, que, por tanto, estuvieron mas atentos a los aspectos externos de su idiosincracia y su excentricidad, al espectáculo de su individualidad, que a su esencia como persona, no se percataron a plenitud de que su perpetuo afán por salirse de los moldes convencionales y generar nuevas dimensiones de comunicación intelectual y de creación artística, eran la expresión concreta de la dimensión que más admire siempre en él: su profundo, radical e intransigente sentido de la libertad.

 

En efecto, a pesar de la distancia temporal que media entre el hombre joven que lo conoció a mediados de la década de los 60 y que compartió vivienda con él y con Héctor Gelpi en la calle Sol de San Juan, y el hombre maduro que hoy escribe estas líneas, la figura de Alberty se agiganta ante mis ojos no sólo como artista y como vigoroso defensor de la cultura universal, sino como apóstol de la libertad. No me refiero solo a la libertad política, sino también a la libertad existencial, al pleno ejercicio del libre pensamiento, a la renuncia a ataduras que menoscaben nuestra acción y que pongan límites o fronteras a nuestra capacidad creadora. Su apostolado de libertad no fue una campaña de propaganda en favor de una idea fija o de una forma específica de acción y pensamiento, sino un ejemplo vivo y ardiente, una presencia alegre y expansiva que nos hizo vibrar de emoción a todos los que recibimos su impacto.

 

Soy consciente del alto valor que nuestros historiadores y críticos del arte le asignan a la variada y dispersa obra de Alberty. No obstante, creo que por grande que haya sido la aportación de él a la pintura y, a su modo, a la poesía de Puerto Rico, mucho mayor es la proyección de su personalidad artística, de su ejemplo vital, de su profundo sentido de la amistad y de la solidaridad, que nos lleva a recordar su imagen como hombre concreto, de carne y hueso como decía Unamuno, y no como una figura de catálogo recordada sólo por los eruditos.

 

 

Sin duda,  Alberty vivió con y para sus amigos, cultivó el arte de la amistad, del amor fraternal a una escala tan grande que hoy, ante su tumba, nos sigue hermanando a todos, nos sigue recordando que el futuro de nuestra patria depende de cuán fuerte se mantenga la solidaridad entre los puertorriqueños.

 

La juventud que hoy celebra la memoria de Alberty, que le rinde tributo a su genio creador, a su personalidad original y a su legado artístico, debe conocer que, simultáneamente, están honrando a un hombre que nos enseñó a ser libres, ricos en la dimensión espiritual, exploradores de un universo de ideas, sentimientos y afectos.

 

En Puerto Rico, vivimos tiempos de represión, autoritarismo e iniquidad. Algunos intelectuales y artistas que en épocas anteriores mantuvieron posiciones críticas y expresaron su disidencia con orgullo y valentía, se han doblegado o comienzan a tambalearse ante la presión del dirigismo cultural y de la mentalidad protofascista que intenta avasallar al país. Afortunadamente, la gran mayoría de nuestros creadores culturales, pertenecientes a varias generaciones, se yergue con fuerza y militancia ante el intento de destruir nuestras bases culturales. En este contexto, el homenaje que hoy hacemos a Alberty constituye un verdadero desafío, ya que estamos exaltando a un hombre que no se rindió ante ninguna presión, que rehusó poner su arte al servicio del mercantilismo y del dirigismo cultural, que prefirió sufrir angustiosas carencias materiales antes de claudicar, antes de amoldarse a estructuras que limitaran su plena expresión, su libre desarrollo artístico e intelectual.

 

Si Alberty viviera estaría, con mas ahínco que nadie, a la vanguardia de los que creemos que la afirmación de la cultura puertorriqueña es un imperativo moral, un deber ineludible.

 

No puedo terminar mis palabras sin expresarles la gran alegría que siento al participar en este homenaje a quien fue mi amigo, mi mentor y mi máximo ejemplo de integridad humana. Mis ultimas palabras son una advertencia similar a la que hizo Antonio Machado sobre Ramón María del Valle Inclán: cuando se escriba alguna vez la epopeya de Alberty, el anecdotario de su vida, que hoy circula a viva voz entre los que tuvimos el privilegio de conocerlo y de observar sus destellos y ocurrencias geniales, no debemos enterrar su imagen bajo una multitud de hechos insignificantes, sino llegar a la honda raíz de su personalidad intelectual y de su ejecución artística y vital. Allí hallaremos el significado fundamental del mensaje de Alberty, el hombre que convirtió su vida en una obra de arte, la cual hoy admiramos tanto como sus cuadros, poemas y otras expresiones artísticas, y que afirmó, con vehemencia y verticalidad, la libertad como principio rector del desempeño humano.

 

 Palabras pronunciadas en el homenaje a Roberto Alberty efectuado ayer en el viejo cementerio de Carolina el 19 de septiembre de 2003.

 

 

 

 

 

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