La pregunta que tenemos que contestar los economistas en la coyuntura histórica actual no puede ser más difícil: ¿existe
la posibilidad de que se observe una recesión en Puerto Rico en el futuro inmediato?
Desde que Puerto Rico inició su proceso de crecimiento y desarrollo económico a principios de la década de los 50, sólo
hemos experimentado dos episodios recesionarios -a mediados de la década del 70 y a principios de la década del 80-. En ambos
casos debido a crisis internacionales que llevaron a alzas significativas en el precio del petróleo, las cuales a su vez produjeron
recesiones en Estados Unidos y en la mayoría de las demás economías altamente industrializadas.
A principios de la década del 90, de nuevo a causa de una crisis petrolera, en este caso asociada con la Guerra del Golfo
Pérsico, Puerto Rico pasó por un breve periodo de lento crecimiento, pero tuvo una recuperación modesta que impulsó la economía
hasta 1996, año en que la eliminación de la Sección 936 debilitó la base estructural de la manufactura.
En la medida en que la salida de fábricas y la pérdida de docenas de miles de empleos en la manufactura fue contrapesada
por una ola gigantesca de inversiones en infraestructura, la economía avanzó a paso firme hasta principios de la década actual,
cuando los eventos del 11 de septiembre del 2001 produjeron una gran conmoción en la actividad económica en Estados Unidos,
cuyo efecto de contracción se extendió a Puerto Rico.
Desde entonces nuestra economía ha seguido en ritmo ascendente, bajo el estímulo de un crecimiento relativamente fuerte
en Estados Unidos, aumentos en las exportaciones manufactureras y diversos programas de inversión en infraestructura, viviendas
de interés social y desarrollo comunal del gobierno, aún cuando en los últimos dos años ha habido un acentuado repunte de
los precios del petróleo.
En la actualidad, aparecen por primera vez en nuestra historia reciente un conjunto de realidades de factura local que,
combinadas con alza en los precios del petróleo, elevan la probabilidad de que se observe una recesión no sólo profunda, sino
también prolongada.
En efecto, la devaluación del crédito de Puerto Rico, la controversia sobre el presupuesto del año fiscal entrante, la
acciones planeadas de reducir en forma voluntaria al principio, la jornada de trabajo de los empleados públicos y de restringir
el gasto público, la avalancha de aumentos en los precios de productos y servicios básicos: agua, peajes, alimentos, gasolina
y otros, la crisis política debido a las diferencias de criterio entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo y, ante todo,
la incrementada desconfianza del pueblo respecto a la gestión del gobierno que se suponía fuera compartido, crean un clima
que aumenta el riesgo de recesión y genera un marco muy poco propicio para el desarrollo de estrategias antirrecesionarias.
El contexto de una economía de Estados Unidos que crece a una tasa mucho más alta de lo esperado, será favorable, pero
se necesitarán grandes esfuerzos y sacrificios de la ciudadanía y acciones concertadas entre las diferentes ramas del gobierno
para lograr que la recesión, que parece inevitable, sea llana y corta y logremos recuperar un ritmo de avance económico que
verdaderamente corresponda con nuestras capacidades y talentos.